Continuación…
La alegría contagiaba el corazón del fraile, no había caminado cinco metros, cuando ya tenía pegada a su sotana a la chiquilla, se colgó de ella y le preguntaba una y otra vez, - ¿que os dijo?, ¿que os dijo?; Marcelo le indicaba que se callase, la muchacha siguió insistiendo por todo el camino a la choza ocupada por ellos dos, al entrar Marcelo, buscando un poco de sosiego, le informo a la inocente las ordenes del capitán, -quiere desposaros Isabel, quiere que te convirtáis en su esposa, ¿que os parece muñequita?-, -¡queeee!- respondió la niña, - ¿que se habrá creído el enano peludo este?, pues no, no acepto…y no , y no, y no,- pero pequeña…es el Capitán-; - ¡pues no!, y partió corriendo a contarlo a sus amigas, pocos minutos después toda la tribu conocía la noticia, Isabel contraería nupcias con el Capitán Alonso.
Los días posteriores al anuncio, y hasta pocas horas antes de la celebración de la boda, la tribu permanecía alterada. las correrías de un lado a otro, no cesaban, los aborígenes iban y venían de las selvas cercanas con provisiones para el gran acontecimiento, el día anterior a la boda, todo estaba dispuesto, comidas y bebidas, se acercaba la hora señalada por el capitán; mientras tanto Isabel salió con sus amiguillas a un arroyuelo cercano, quizás, a disfrutar de su último juego de niña, jugaban, y saltaban dentro de las aguas, Isabel fue bañada con un preparado indígena de esencia de flores silvestres, irradiaba un perfume embriagador. Días antes del acontecimiento, Marcelo recibía el encargo desde Santo Domingo que había pedido meses atrás cuando un galeón atracó en las tranquilas aguas del lago, partió corriendo a la choza con el paquete en la mano, su temblor reflejaba la desesperación por abrirlo, y comprobar si habían cumplido las ordenes del pedido, al desatar el último cordel y abrir la caja, se iluminaron sus ojos al contemplar la belleza de aquel vestido blanco con encajes, y se imaginaba a Isabel vestida con el, de sus ojos brotaron dos gruesas lagrimas que recorrieron sus redondas mejillas, hasta caer agotadas en el abismo de la felicidad. Abrazando el vestido contra su pecho, salió corriendo a la puerta, y un grito ensordecedor y penetrante inundo los sonidos habituales de la selva, el de los pájaros, el de los aulladores, y el de las ranas. ¡ Isabeeeeel !. No había terminado de dar el grito, cuando entro corriendo Isabel; Marcelo estaba parado al centro de la choza, sosteniendo el vestido con la mano derecha a la altura del pecho, y con su mano izquierda, a la altura del vientre, al verlo, la chiquilla se destornillo de la risa, no podía parar de reír, y le comentaba al fraile, lo bien que lucia con el atuendo, cuando con voz dulce y mirándola a los ojos, le dijo sonriente que no era para el, era su vestido de novia que acababa de llegar de Santo Domingo. La pequeña, permaneció inmóvil con la boquita abierta por varios minutos, sus ojos y su mente no daban crédito a la visión, se lo arranco de los brazos a Marcelo, se desprendió rápidamente de su rústico vestido de torpezas, quedando completamente desnuda, como había estado siempre, Marcelo al verla, se cubrió el rostro del pudor con ambas manos, le ordeno que se lo probara, que esperaría fuera, y que avisara cuando hubiese terminado, dio media vuelta, y se dirigió a las afueras de la choza, a esperar pacientemente que la pequeña se vistiera, quería ver como lucía Isabel, y se sentó en un pedrusco a imaginarla. Al mismo tiempo, Isabel, a fuerza de empujones, logro por fin encajarlo a su estilizada figura, recorrió desesperadamente el interior del lugar buscando el espejito aquel; tras encontrarlo, apretándolo con su mano derecha, recorrió junto a el, todo el largo de su vestido de novia, comenzó a saltar en redondo, de alegría, de miedo…de felicidad.
Al rato de los saltos interminables, hizo su presencia en la choza la figura redonda de Marcelo; le ordeno a Isabel que se tranquilizara y permaneciera callada. El fraile se coloco el índice por debajo del labio inferior, y el pulgar apoyado al mentón, y permaneció observando su obra de muchos meses por largo tiempo, como lo hacía Salzillo con sus obras, pero su creación, era diferente, tenía vida, movimientos, dulzura, y sentimientos, ordenaba a la niña que virara a la derecha, que virara a la izquierda, unos pasos hacia delante, unos pasos hacia atrás, hasta que finalmente ambas sandalias perdieron el contacto con la gravedad, y en un salto interminable, su boca dejo escapar el esperado grito de la emoción. ¡ Siiiiii. ¡, Isabelita lo acompaño en la celebración, y se unió al fraile en una alegría contagiante, se abrazaron, y comenzaron a dar saltos en redondo, hasta que minutos después, los acompañaban en el festejo casi todos los integrantes de la tribu. Mientras tanto, y a pocos metros de allí, Alonso permanecía en silencio, pensativo, imaginando el motivo de toda esa algarabía, presentía lo que dentro de pocos aconteceres sucedería, tres días después de sus últimos razonamientos, los moribundos recuerdos de el platónico amor, que le agobió gran parte de su existencia, una corona rodeada de opulencias y de flores, quedarían relegados al subconsciente, su realidad, se había transformado desde aquella visión en la playa, minutos después del desembarco, recordaba su cuerpo de sirena sin escamas, su negro y sedoso pelo dejándose deslizar aguas abajo hasta sus caderas, su collar de perlas blancas; cerro los ojos fuertemente, y echando su cabeza hacia atrás, coloco las manos detrás de su cuello cansado, entrelazo los dedos, y su boca dejo escapar un largo suspiro, el suspiro provocado, por el éxtasis del amor.
Ese día, por cierto de un resplandor alucinante, ya todo estaba preparado. Marcelo se había ocupado desde el amanecer, para que culminasen a la perfección los acontecimiento que se avecinaban, había dado ordenes para la preparación del banquete posterior a la ceremonia, adorno el altar del asentamiento con toda clase de flores silvestres y adornos indígenas. Minutos después arribaba Alonso con sus soldados, estos acordonaron el lugar, y Alonso permaneció parado a la derecha del altar; cruzó con Marcelo una mirada y una sonrisa cómplice de felicidad, solo esperaban la llegada de Isabel, y la muñeca se hizo esperar, como en todas la bodas a lo largo de la historia; la ceremonia por el rito tribal, se había llevado a cabo el día anterior. El ambiente del lugar, a medida que transcurrían los minutos se tornaba tenso, hasta que finalmente, tras angustiosos minutos, Salió de la choza Isabel, tomada de la mano por el cacique de los Coquivacoa, acompañados por el brujo adornado con plumas, hasta colocar su mano, sobre la mano izquierda de Alonso, apretaron fuertemente sus palmas, entrecruzaron sus dedos y alzaron sus rostros, fijando sus ojos en la cara del Fraile. La ceremonia se llevo a cabo con prontitud y normalidad, después de la misma, se dirigieron todos al banquete, usando como mesa el patio central del asentamiento, rodeado por un circulo de chozas con techos de palma, brillantes de luz, por manteles, fueron colocadas hojas anchas de arbustos recientes. Desde la celebración de la eucaristía, las manos de Alonso e Isabel nunca se separaron; se acercaba la hora esperada, una vez mas, se materializaba el legado de Cristóbal, el cruce de las razas; después de retirarse al descanso el fulgurante sol fatigado, surgió del mar la luna llena, con un manto rojo de crepúsculo intenso, incitando al momento perfecto. Los enamorados se levantaron de sus rodillas, el Capitán alzó en sus brazos a la doncella. y entraron en la choza, alumbrada solamente por la luz de una cera amoldada, agotada de iluminar muchas noches; la bajo dulcemente, y la acurruco en el nido acogedor de hojas secas de cocoteros, preparado días antes por Marcelo; se unieron nuevamente sus labios exaltados, la mano izquierda de Alonso, acabó de enterrar la agonizante luz de la vela cansada, y tras un abrazo si fin, los cubrió el manto de la noche nueva; solo una luciérnaga perdida, fue testigo de la pasión que esa noche respiro la historia, la selva, la playa, y que definitivamente… ni la misma muerte pudo separar. Continuara…
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