I
Creí no volverte a sentir,
apareciendo de nuevo,
en ese rincón perdido de mi corazón,
donde no existía para tu presencia,
ninguna humilde razón,
¿porque te empeñas?…olvídalo, ¡no existes amor!,
no eres...no estas.
Quedaron las rosas verdes, sin la savia y el color.
Testigo una mesa negra,
la mirada de un corcel,
carta en blanco, sidra sin espumas, quesos sin sabor,
once peones blancos,
frente a la casa de Dios,
escaleras que no suben ni bajan.
Estática espera.
Autómatas caminantes en sus rutinas sin vida.
De ordenes y esquemas.
Entrada ausente de tus pasos.
Solo la vieja triste, la del bastón.
Tras media cena de hambre,
tomó mi mano y habló.
Tranquilo hijo me dijo, son las cosas del amor.
Es mejor quedarse lerdo, no lo busques,
solo tocara a tu puerta, veras si abres o no.
Gracias mi reina, buenas noches, gracias.
Se alejó con gracia el tiempo,
con las canas y el bastón.
Dejando su cariño, en dos minutos callados.
Enseñando con silencio,
lo que no enseñan, por oficio las palabras.
Cerré mi agenda de negro,
caminé hasta la puerta.
Mire peones y alfiles,
a sus torres y a su rey.
¿Donde estará mi Reina ?.
Es el último juego, no lo puedo perder.
Es el último juego, no lo puedo perder.
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