Se había detenido finalmente el viejo autobús cansado. Atrás dejaba cuatro horas de pavimento húmedo, por una lluvia pertinaz que no le había dado descanso desde su salida del terminal del nuevo circo en Caracas 5 horas atrás. Solamente una rápida parada de reabastecimiento en la adyacente ciudad de Nirgua, y emprenderían de nuevo el viaje hacia su destino final, la ciudad de Barquisimeto. Aun se encontraban en el estado Yaracuy, ubicado en el centro occidente del país. Era la única parada a lo largo del trayecto, y permitía a los adormecidos pasajeros darle un descansito al sueño y al estomago. Que les permitiera llegar a casa a tiempo para reponerse del viaje, y terminar las interrupciones oníricas en sus camas. El chófer de ayuda, acababa de recordar que transportaba un pasajero con destino a Chivacoa. Pueblo caracterizado por ser la cuna de una de las leyendas mas famosas de Venezuela. Un culto pagano mezclado de sincretismo religioso a la reina Maria Lionza en la montaña de Sorte. El pueblo, localizado en las faldas de la montaña encantada, los habitantes del país, lo llaman cariñosamente la ciudad de los brujos. El conductor miró su reloj de pulsera nervioso. Las agujas marcaban las 11.45 P.M. de esa noche de lunes tardío. Observó por el espejo retrovisor esperando algún movimiento en el interior de la unidad. Cuando se levantó presurosa una mujer de mediana estatura, cuyo volumen de reservas de grasa no la dejaban transitar libremente entre las dos hileras de asientos. Sin contar los dos abultados bolsos de mano raspados, por el roce de objetos y tiempos que se aferraban como pulpos a las temblorosas manos de Eloína. -¿Llegamos?-, preguntó . - si, al fin!, contestó el chófer,- ¡apúrese doñita!, este pueblo no me gusta ná, di que salen vainas raras, no jué va pué, ¡apúrese caray ! - . Eloina se apresuró tras la insistencia del asustado conductor. Cuando sus alpargatas roídas por los usos y desusos tocaron el suelo. Le hicieron darse cuenta que estaba en tierra firme. dejó salir el soplo de los alivios. Había llegado por fin a su querido pueblo. A su ranchito, a la casita de adobe con techo agujereado por los clavos de fijaciones de nerviosos días de vientos que le dejó su padre, después de morir de cansancio, tras una diarrea genérica tan solo 2 años atrás. La esperaba su nieta. Una graciosa muchacha de 22 años con 9 meses de embarazo, a punto de parir. Producto del transitar de fiesta en fiesta, bailando guarachas, y boleros incitantes, desde Solís a los Panchos. Con la excusa, de sentir bultos extraños rozando su entrepierna. Que a la larga, serían el causante de sus malestares. Producto del final de una preñez no deseada, detestada, igual que la detesto su madre, cuando muchos años atrás saltaba también de fiesta en fiesta, de guaracha en guaracha, y de bolero en bolero. Para sentir de igual manera los mismos roces de bultos extraños en la entrepierna que sintió su madre. Los causantes de su existencia, y de la criatura que pateaba en forma insistente en su interior.
Como gritando…¡no aguanto mas este encierro!. Era algo como una "Ninfomanía Mendeliana". No debería llamarse prostitución, porque ni su abuela, ni su madre ni ella, lo habían echo nunca por dinero, lo hacían por el placer, y la curiosidad de sentir bultos extraños, y al igual que todas las mujeres de las primeras generaciones filiales de su familia, corrió la misma suerte que ellas, todas fueron abandonadas por los respectivos zanganos que las preñaron, tras engañarlas con encantos de boleros y serpientes… en otras palabras, les gustaba el merequeten. Eloina se quedó observando tranquila con un bolso a cada extremo de su cuerpo, miró bien para cerciorarse que no venían vehículos, antes de proceder a cruzar la autopista Centro Occidental, a su izquierda estaba la sede de trafico vial, no había cambiado de lugar , pensó Eloina, a su derecha podía divisar con sus ojos trasnochados la vieja estación de tren. Cuando estuvo segura que podía llegar con vida al otro extremo de la autopista, tomo un bolso en cada mano, y arrancaron las alpargatas, arrastrando por el pavimento el peso de dos talones angustiados y pesados, al llegar a la isla central, descansaron brevemente las gastadas suelas con sus talones, y tras girar la cabeza rápidamente a ambos lados de la vía, se pusieron en marcha nuevamente hasta llegar al otro extremo de la autopista. Eloina dejo caer los bolsos, pensó que solamente le faltaba la cuesta de bajada, atravesar el puente de unos 25 metros de largo, la cuesta de subida, y estaría finalmente en la entrada de su querido terruño. La preocupación mayor de Eloina no era solamente saber que su nieta pariría en el momento menos esperado, sino que después de mirar angustiada su viejo reloj de cuerda, se percató, que no le había encendido la vela prometida todos los lunes al anima sola, faltaban 5 para las 12, - ¡ faltan 5 pál martes! - exclamó angustiada Eloina. Procedió nuevamente a observar. Todo estaba igual, el mismo puente, el mismo lugar flotando en el tiempo. Respiró profundo. Tomó un bolso en cada mano y echó a caminar. Al levantar la vista. Se detuvo repentinamente , y tras lo que observó. Su corazón comenzó un frenético galope que cesaría solamente unos momentos después, justamente con su muerte. La parte superior del puente, permitía el cruce de el tren que unía las ciudades de Barquisimeto y Puerto Cabello. Solamente una gran bombilla alumbraba el trayecto del cruce de 25 metros. A Eloina le causó en extremo extrañeza que hubiese tanta gente reunida en el centro del puente, y mucho menos a esa hora de una noche, recién convertida en martes. También vio un destartalado rústico policial junto a una destartalada ambulancia de mediados de los sesentas. Algo feo esta pasando pensó Eloina. Bajo la cabeza. Tomó de nuevo los bolsos y empezó nuevamente a caminar. Después de aproximadamente 10 metros decidió tomar un nuevo resuello. Al levantar fugazmente la vista. No pudo creer lo que veían sus ojos. Precisamente el asombro se debía, a que todo era nuevamente normal. Todo como instantes antes de tomar la bocanada de aire fresco. Había desaparecido la anormalidad. Las luces de los rústicos. Los gritos. Las personas.Todo se había quedado como en el instante antes de levantar la cabeza. Sin personas. Sin lamentos. Sin alaridos y sin rústicos… Todo y todos habían desaparecido. Como conejo en sombrero de mago. Una imagen congelada ya para siempre en sus recuerdos. Pensó que era una visión, pero…, ¿ Como podía una visión ser tan real?. - Yo sabía. Lo que me dijo el chófe…me quieren asustá carajo-, exclamo Eloina. Soltó el bolso de su mano derecha. Se presignó tres veces. Tomó de nuevo el bolso y armándose de valor. Decidió finalmente cruzarlo, al final del puente. Recordaba que estaba la capilla del portugués. Un trabajador inmigrante, que en mala hora, una mala noche, y en una mala borrachera, decidió cruzar el puente a bordo de su antigua bicicleta, cuando fue atropellado violentamente por un camión cargado de caña, dejando una mezcla de sangre, y retazos de lo que fue un cuerpo con sus entrañas, en el fatídico lugar. La familia del difunto había echo construir en el sitio del accidente una pequeña capilla, que mantenían permanente alumbrada con una vela de siempre. Dejando atrás la única bombilla del lugar, y acelerando mas su forzoso y asustado caminar, vió el resplandor de una vela que salía del interior de la capilla, al verla, mas se resquebrajaba su conciencia, recordaba la vela prometida al anima sola, y las consecuencias del incumplimiento de la luz de todos los lunes por el resto de su existencia, mientras mas se acercaba al cruce frontal del recordatorio del accidente, mas temblaba su tambaleante cuerpo. El momento llegó, se había echo la promesa interior minutos antes, de no mirar hacia la capilla, de ignorarla, pero cuando la tenía justo al frente, no resistió la tentación de los gatos, la curiosidad; giró su redonda cabeza a la derecha, y no daba tino a entender lo que veían sus húmedos ojos, allí estaba, el castigo del anima sola… el espanto. Sentado frente a su capilla, leyendo un antiguo periódico, posiblemente el que anunció su muerte el día posterior al accidente, no se había resignado a morir, y continuaba deambulando por este lado del mundo, buscando la luz que le diera el eterno descanso que anhelaba su espíritu imperfecto. Eloina, armándose de valor levantó nuevamente el rostro, el alma sin luz bajo repentinamente el periódico, dejando ver su masacrado rostro blanco, maquillado de sangre y de polvo; colgando sobre su mejilla izquierda un ojo ausente, dejando al descubierto la parte izquierda de su cerebro, con una masa gris expuesta al destierro de los tiempos. Un viejo traje negro malherido por los golpes vestía el cuerpo ausente del espanto, un grueso olor de azufre saturó el ambiente. Eloina quedo paralizada ante la macabra visión, sentía un flujo tibio corriendo entre sus piernas, quería gritar y no podía, quería correr y no podía, sus cuerdas vocales quedaron congeladas de estupor al igual que sus piernas. Un alarido escalofriante cortó la noche oscura, dejándose escuchar solamente un grito aterrador… ¡Eloooina mi veela!, el seco sonido de la caída de los bolsos en la carretera retumbo en el macabro ambiente, todo en ella se detuvo. Sus cuerdas, sus piernas…y sus corazón cansado de galopar. Se escuchó la caída de su cuerpo pesado al contacto con el pavimento. Su viejo y exhausto corazón no resistió la impresión causada por el espanto, cobraba una victima mas, el aparecido del puente. Atravesando el momento, inundó el tiempo y el espacio, el silbido agudo y terrorífico…del anima sola. Días deespués del entierro, y justamente cuando se realizaba la ultima noche, a la 12.05 de un ya martes, nacía una hermosa niña en el centro de salud Tiburcio Garrido de la ciudad de los brujos, tierra de magia y encantos, de animas sin luz… y de espantos. Eloina recibía en sus brazos a su pequeña, atrás quedaban odios y rencores, apretó su cuerpecito contra el de ella sacó de su bata un abultado seno lleno de leche, y después de darle de mamar por vez primera a la criatura, la beso tiernamente, y tras mirarla una y mil veces le dijo… chiquitica, mi Eloiiina querida, la colocó en los brazos de la enfermera, y se quedo profundamente dormida. Continuaran naciendo Eloinas, el puente seguirá en su sitio, ya no estará la capilla, pero seguirá estando el espanto, dispuesto a leer el periódico de ayer que le recuerde su último instante de vida. Si algún día cruzas ese puente y te olvidas de alguna promesa incumplida no mires a la derecha, podrías sin darte cuenta… recibir una sorpresa...hasta la próxima victima.
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