I
Llamó a mi oído,
Llamó a mi oído,
al final de las cuentas de un rosario,
la puerta misteriosa y fría,
Invitándome a pasar,
y descubrir en tus ruinas de piedra,
nuevamente la vida,
orgullosas columnas cansadas,
sin techo ni estrellas,
empujó el miedo mis pasos,
hasta el centro de tu casa… las ruinas,
como buscando tu encuentro,
el sudor, palpitaciones perdidas,
tocó mi hombro tu mirada,
gritando tus ojos ocultos,
en verde de hojas, mi nombre.
Cubierta estabas señora,
por polvo de tiempo sin alas,
de fuego, de humo y de ramas,
reflejo de las angustias,
de tu hijo clavado y muerto,
por la traición de los hombres,
por odios... el sufrimiento,
la soledad, no acompañaba tu gloria,
de piedra la corona,una figura sin manos,
ni por error una flor.
Solo ellas se cortaban,
a mantos de seda y de capas,
jarrones de polvo, sin aguas,
ninguna flor olvidada,
en tu regazo dormía,
ni rojas, ni amarillas, ni blancas,
gritó el canario tras la risa,
¡ella es!, la conozco... ¡La Milagrosa!.
la salude esta mañana en misa,
tu nombre ya conocía,
cuidando un jardín sin flores,
sobre una fuente ya seca,
de las Nieves, la bella entre las morenas,
la dolorosa, la macarena, la Inmaculada,
mi señora de las Ruinas…la misma madre,
mi virgen... mi devoción.
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