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martes, 3 de agosto de 2010

ALONSO E ISABEL I


La tarde de ese domingo para la historia, había decidido desembarcar del galeón para inspeccionar aquella parte de la costa que le pareció de inusitada belleza cuando habían anclado a tempranas hora de aquella mañana calurosa de los veranos eternos tropicales. La Tripulación consistía en un grupo de convictos criminales que preferían una libertad supeditada al riesgo de una aventura hacia terreno desconocido, que acabar sus vidas en calabozos denigrantes con mendrugos de pan y la ración diaria de agua correspondiente. Los acompañaba en la aventura Américo, navegante y cartógrafo que había estado junto al Almirante Colon en su cuarto viaje por las Indias, le había entregado a Alonso el mapa de la ruta unos meses atrás. Alonso, capitán de la armada española, que veía después de insistencia y años de espera, la consecución de uno de sus más anhelados deseos, la exploración de tierras nuevas para entregarle al platónico amor de toda su vida, las riquezas y esclavos que prometían las historias de viajes anteriores. Viajaba también con ellos en la odisea, un fraile, encargado de la enseñanza y la conversión a la cristiandad de cuanto indígena se cruzase por su camino. Orden con carácter especial impartida por la católica Reina de uno de los imperios más poderosos de la época, recordaba Alonso, mientras los vaivenes bruscos de olas encrespadas, y la cara mojada por las salpicaduras del mar tras las caídas violentas de la proa ,que se trataba de un lago de agua dulce, aquel último encuentro con su majestad en los jardines de palacio; después de las reverencias acostumbradas precedieron a una larga caminata por los paseos perfumados del jardín donde sus ojos no se atrevían a mirarse de frente por miedo a que fuese delatado su amor por la inquietud de las miradas; Alonso le pidió a su majestad la autorización para realizar el ansiado viaje, después de explicarle Isa bel la escasez de tripulación, convino con este en encontrarla en las cárceles, y en proveerle de un galeón y provisiones; con el recuerdo de sus ojos, veía como se acercaba a golpes de remo a la costa paradisíaca adornada con bamboleantes palmeras que se dibujaban a los lejos como abanicando la costa bajo el calor pegajoso de la tarde. A lo lejos avistaron un alegre ajetrear de manos que les indico la presencia y la emoción de indios, que por su alegría demostraban su carácter pacífico, y hacían notar de forma incontrolable su presencia, el ritmo de su corazón se acelero por instantes con una fuerza inusitada e intentaron devolverles el saludo agitando también sus manos. Alonso dio órdenes inmediatas a su flotilla de desembarco a buscar cualquier objeto de valor para utilizarlo en la realización de cualquier tipo de intercambio que pudiese llevarse a cabo con los indígenas. Al llegar a la orilla de la playa procedieron a desembarcar de la lancha cargando Alonso consigo una larga lanza con la bandera de la corona en uno de sus extremos, la hundió en forma enérgica en la blanda arena, y tras una breve oración, proclamo el territorio virgen a los pies del español, territorio de la corona. Los indios peleaban y se empujaban entre ellos por tocar a estos indios raros y nuevos, con diferentes vestimentas y objetos, para ellos, hasta ese momento desconocidos; Alonso distinguió enseguida la jerarquía social de los Indios, y pronto comenzó el intercambio de espejos y cuchillos por plumas usadas por los nativos, llamándole particularmente la atención la presencia entre la multitud de Indios de una mujer que por su natural belleza y una piel acaramelada con una larga cabellera negra que dejaba caer sobre sus hombros y vestida solamente con un collar de perlas tan brillantes, que al reflejo del sol cegaba la vista de cualquiera que se atreviese a parar sus ojos ante su descomunal belleza. La reacción momentánea de Alonso fue de asombro, no recordaba en sus años de vida haberse jamás envuelto en ese marisma de sentimientos que le provocaba aquella hermosa nativa...empezando la más hermosa historia de amor jamás contada... continuara.

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