Hace algún
tiempo atrás, en un barrio céntrico de una misteriosa ciudad, vivía una hermosa
perrita de nombre “Leca”, esta hermosa canina, había sido recibida hacia años
atrás siendo apenas una cahorrita por la familia Lucachenco; esta, era una familia de Inmigrantes europeos, que habían
echado sus raíces en Venezuela, exactamente en la ciudad de los brujos, raíz
del calificativo inicial de misteriosa. El clan Lucachenco había crecido bajo
estrictas normas éticas y morales, incluyendo a su mascota Leca, la misma, era
hija legitima de un Beagle y una un
sabuesa criolla de nombre princesa; era consentida por todos los miembros del núcleo
familiar, especialmente por el mayor de los hermanos de nombre Sigfredo
Lucachenco, que durante esta historia se convertirá en el protector del Águila Negra.
El día de la
última ovulación de Leca, el aroma del llamado a la reproducción natural de los
seres vivos y muertos para perpetuar su especie, se esparció por todos los
vecindarios circundantes del placido hogar de los Lucachenco. Desde ese
momento, y por muchos días por venir, la
casa amurallada de la familia, se convirtió en visita obligada de todos las
perritos callejeros de los barrios cercanos y lejanos; la pared amurallada que
separaba a Leca del pecado, paulatinamente se fue llenando de orines ansiosos,
de perritos enloquecidos marcando su territorio, o su turno…por si alguna vez
hubiese alguno.
La tarde en
la que ocurrió el flechazo del amor, El Águila negra, había sido echado a
patadas a la calle desde una casa cansada de garrapatas y del carácter dócil y
afable de Águila; hacia 7 meses atrás, había sobrevivido, por la costumbre de las personas de echar a la calle los excesos visuales típicos del
humanoide, antes de servir sus alimentos…” Los desperdicios de las comidas”; por su corta edad, el canino era un perrito
alegre y juguetón, y no había sido adoptado por ninguna alma generosa por su
carácter pacífico; era joven, esbelto, de pelo negro azabache, y una
característica muy particular…los ojos de distinto colores, que infundían en
las personas que lo observaban, un halo natural de respeto, temor…ó quizás
probablemente en algunos…hasta envidia. El Águila, esa tarde lluviosa y
pegajosa de verano caribeño, perseguía al igual que otros perrunos, aquel olor
extraño y encantador que lo aturdía…los perfumes íntimos de Leca, que esperaba
al igual que la Julieta, en la versión canina de Shakespeare, encontrar a su
canino Romeo, para terminar su gran tragedia de amor, no conociendo la inocente
perrita, que el triste final, habría mas pronto que tarde de consumarse, por
las conspiraciones del mas vil de los animales…el Hombre.
Águila finalmente
encontró el origen de su desgracia, y desde ese mismo instante, no se separaría
jamás de los derredores de la puerta donde vivía Leca…su sésamo al amor;
solamente lo haría, como al final aconteció, con una muerte planificada. La
casa donde residía Leca, era una casa de platabanda larga y gruesa de las
construcciones de antes, coronada por un preámbulo de vivienda, que consistía,
en vigas que soportaban un techo de acerolit, allí residían: La matriarca de la
familia, Doña Marusca Lucachenco, que había sabido mantener mediante las artes
culinarias heredadas por su madre, a una familia unida y feliz; los otros integrantes
del grupo familiar, incluían a Floris Lucachenco, medico de profesión, quien
consultaba en la residencia familiar, Paulóv Lucachenco, medico también de
profesión, inmerso en sus actividades profesionales, que rara vez se permitía
respirar el aire exterior, contaminado de un histerismo colectivo, y un
inclemente bombardeo sónico, expresado
en forma de gritos, cornetas aberrantes, y borrachos parlanchines en los
derredores de su casa amurallada, y prefería mantenerse como la cabeza del Avestruz;
esta muralla consistía en una larga pared de concreto, cubierta de lajas de
piedra gris. La entrada al patio interior donde se encontraba Leca, era un Sésamo
doble de dos puertas de metal, que mágicamente abrían, bajo los toques magistrales
de nudillos entrenados, solamente conocidos por los miembros del clan
Lucachenco. Águila olfateaba la puerta constantemente, de noche y de día, y se
echaba a dormir frente a ella. Los dueños de la casa amurallada se percataron
de la presencia e insistencia del perrito a la mañana siguiente, pero no le
prestaron demasiada atención, simplemente se limitaban esos primeros días a ahuyentarlo,
lo hicieron de las mil maneras posibles, pero cada mañana al abrir la puerta de
los tormentos…allí estaba Águila, esperando pacientemente, la oportunidad de poder
contemplar por primera vez, a la poseedora de aquel ladrido abaritonado de aroma
hechizante. Una de las ya cotidianas tardes de esperas, alguien se acercó a la
casa amurallada como Cartagena, a realizar una visita en la casa de Leca, Águila,
amablemente le dió paso a la dama, y se colocó estratégicamente detrás de sus
piernas, las personas en el interior, después de analizar los nudillos de
turno, abrieron la puerta interior, y la puerta de la reja exterior finalmente
se abrió, salió Marusca Lucachenco, y justamente al lado de su pierna
izquierda, dejo asomar su hociquito
negro y nervioso la preciosa Leca. La canina enamorada, era ya una perrita
madura, de largas orejas sabuesas y cuerpo manchado de vacas mariposas. Al ver
al apuesto galán frente a sus ojos, y faltándole a su corazón solo instantes para tropezar, recurrió al ladrido grueso y constante de
amor, para de alguna manera, drenar la presión interior de su corazón
enamorado. La dueña de Leca la disculpaba ante la visita con argumentos como – Discúlpala
María…la pobre, esta enamorada, y este perro sinvergüenza…shaaa perro fuera! – ,
alejándose atemorizado Águila, pero no por muchos metros…pues Leca, se había
convertido, con su sinfonía de ladridos gruesos y profundos…en su obsesión
fatal.
Los desprecios
hacia Águila aumentaban a medida que transcurrían los días y las semanas, pero
la constancia de el perrito enamorado era imperturbable, a toda hora del día o
la noche, bajo cualquier condición climática o circunstancia, allí estaba Águila,
esperando cualquier desliz de los integrantes del clan para deslizarse al
interior de la casa, y preservar su linaje, pero la cadena de fracasos se
concatenaban, incluso una mañana, en la que decidió acurrucarse a solo metros
de la puerta, en un ángulo recto que formaba la pared de la casa de Leca, con
la pared del vecino, fue despertado abruptamente una de tantas mañanas por un
baño de un sobresalto húmedo y frío, cuando la domestica de la casa amurallada,
le arrojó un balde con agua fría, acompañado de un grito de intolerancia,
adornado con ribetes de falsa moral, en cuatro palabras huecas de conocimiento…-
” Fuera perro asqueroso…morboso”- ; Águila, al sentir el agua fría, se
incorporó en sus cuatro patitas, se sacudió vigorosamente, empapando a su
verdugo y pensó… – bueno, a pesar de todo no estuvo nada mal… no puedo seguir
presentándome ante mi amor con este olor a mono enjaulao -, al dirigirse
nuevamente a la puerta, la domestica pensó que iba a ser atacada por el galán,
y dando media vuelta, puso pies en polvorosa, cerró violentamente la puerta, y
entró a la casa gritando…- ¡Me ataca, me ataca el depravado! -…nada mas lejos
de la realidad, pues Águila, había sido siempre cariñoso con los infantes de la
familia, la hija de Sigfredo, y la pequeñita de Floris.
La visión
diaria de Águila y su insistencia, fueron llevando lentamente a la familia
Lucachenko a compenetrarse con el perrito, sobre todo sus hijos mayores
Sigfredo y Floris, quienes empezaron a encariñarse con el novio indeclinable de
su Leca. Sigfredo se convirtió en el protector del perrito de los ojos
bicolores, hizo colectas entre los vecinos para vacunarlo, le compraba
garrapaticida, se lo rociaba a distancia por temor a ser mordido, y al pasar de
los meses, Águila se había convertido en la sombra de Sigfredo, lo seguía a
todas partes, y protegía a todos los miembros de su familia, su instinto de
protección se trasladó a todos los que circulaban alrededor de la casa de Leca,
ya era parte del vecindario; cuando Sigfredo no le colocaba su perolito con perrarina
cada mañana, cualquier vecino le llenaba su vieja lata con agua, y le lanzaba
un mendrugo de pan, ó un pedazo de lo que estuviesen comiendo; y de la noche a
la mañana el Águila Negra se convirtió en el personaje mas popular del barrio.
Esa
popularidad inesperada alegraba a todo el mundo, un perrito callejero, que en
poco tiempo, se había ganado con amor y constancia, el cariño de todos los
peatones que circulaban por la vecindad… pero…que nunca falta un bendito pero,
existía un personaje, al que nunca le agradó la existencia del Águila Negra; este detractor
de la fauna silvestre, era un vecino que detestaba a los animales por
minúsculos que estos fueran, era propietario de una esquina cercana a la casa
de Leca, y su nombre era Miúton Mantechorrea; su vanidad, avaricia, y la subliminización
de un Ego pestilente y bañado de grasa, no
le permitían comprender en el pensamiento de sus neuronas obesas, que hubiese
alguien mas popular que el en su territorio, y comenzó a generar un odio visceral
hacia el perrito; en varias ocasiones se le vio a el y a miembros de su
familia, lanzándole piedras y toda clase de objetos al canino enamorado, pues
este, de vez en cuando se recorría la manzana curioseando, y buscando algo mas
de comer que la comida para perros que le colocaba 2 veces al día Sigfredo, y
aunque Maruska siempre se negó a dejar pasar a Águila para que conociese a
Leca, a la señora se le partía el corazón pensar que el perrito tenia hambre, y
en muchas ocasiones, se escabullía hacia el exterior con un sartén negro con sobras
de caraotas blancas, sacudiéndolo en la
cuneta frente a su casa para que comiera el perrito enamorado, que ya, en
comparación con la escualidez de su llegada, lucia mas fuerte y robusto.
Miúton, era
uno de muchos hermanos de la familia Mantechorrea, había comenzado su
calificativo de comerciante, hacia unos años atrás cuando la Matriarca lo había
autorizado a usar la esquina como punto de ventas de su primer negocio propio,
el cual prosperó paulatinamente, y el negocio de la manteca chorreante, había
ido adquiriendo popularidad para su creciente numero de comensales, aunque no
pensaban lo mismo, los corazones de sus clientes, agobiados por sus arterias
llenas de grasa; la obsesión de Mantechorrea por los lubricantes, bien de
origen vegetal, animal ó mineral, se propagó por las 4 esquinas, su descontrol
por la grasa, y los beneficios económicos que esta le producía, le llevó
incluso a financiar a uno de sus hermanos, en la fundación y proliferación de
una flota de carros viejos para transportar pasajeros a una población cercana,
los autos estacionaban alrededor de todas las casas de los vecinos, llenando
los frentes de los hogares circundantes, de una capa gruesa de aceite quemado,
que al quedar expuesto a la lluvia, se convertía en una superficie jabonosa y
resbaladiza, que en mas de una ocasión, provoco caídas peligrosas a inocentes
ciudadanos que no tenían la fortuna de poseer un auto. Todo quedo expuesto a la
contaminación de la grasa, de la manteca, y de la contaminación en general; las
paredes, las aceras, los esófagos, las suelas, la ropa, el aliento, las axilas,
las papilas, los frentes, las espaldas, los pantalones, las faldas, los
interiores y las nalgas, en fin, el siniestro personaje, y el resto de la familia
Mantechorrea, se habían adueñado definitivamente….de la vida de los demás.
“ Eeer Miúton “, como le decían, había
planeado desde mucho tiempo atrás, la eliminación progresiva del peludo rival,
que lo había desplazado de la grasienta popularidad; el primer paso del plan
aniquilador, era ir cebando lentamente al animalillo; en muchas ocasiones, se
vio caminando en la oscuridad de la noche, a la matriarca de los Mantechorrea,
con una bolsa de papel entre las manos. Gélida, observando nerviosamente a todos
los lados, depositaba en la acera contigua a los Lucachenco, las sobras diarias
de las grasientas empanadas mantecuas, alejándose rápidamente después de la acción,
siendo una vez sorprendida por una vecina del sector, argumentándole a la misma
después de una sonrisa nerviosa, que se encontraba solamente dándole comida al
pobre perrito, contestándole la vecina…- juum, ¿de cuando acá?, ¿porque no se
la hecha frente a su casa ¿… esto esta raro…bueeno pues vecina, guárdese
temprano que la masa no esta pa bollo. -. Los objetivos primarios estaban
siendo cumplidos al pie de la letra…había que ir cebando al Águila negra como
se ceban a las Lapas; el procedimiento se repetía esporádica pero
metódicamente.
Mientras todo esto ocurría, la vida de Leca,
transcurría encerrada en el castillo, como la Rapunzel del cuento, y el Águila,
continuaba empeñado en su obstinación, que era tanta, que un día que Sigfredo
dejó recostada sobre la muralla una escalera, se vio tentado el perrillo
enamorado, a subirse por la misma, y saltar al interior; pero cuando había
tomado la decisión, y se disponía a saltar, salió de la casa Sigfredo, y guardo
la escalera nuevamente en el Garaje. Águila, tomaba mas y mas confianza con
Sigfredo, y en una ocasión, le permitió guarecerse en el garaje de la
fortaleza, en un día de lluvia gruesa e interminable, que empapaba todo a su
rededor con tan solo pensarla, esa, fue la ocasión mas cercana que tuvo Águila
de lograr su cometido.
Ya todo
estaba planificado, el hambreado autor material, se había puesto de acuerdo con
el intelectual, por una miserable empanada de pabellón y una malta, pero antes,
tenia que traer como prueba, el collar de la victima, y en el momento de
realizar la vil acción, debía pararse en la esquina de su casa, y para satisfacer
su enfermizo interior, le ordenó gritar tres veces su nombre, como de San Pedro
la negación.
Previa a la
tragedia de esa noche fría de Enero tropical, y justamente tres meses antes, había
fallecido de cáncer la preciosa Leca; Águila aulló su partida por seis días
consecutivos, y el ambiente por mucho tiempo, se impregno de formaldehído, y la
presencia del perrito frente a la antigua casa de su amor, se hacia mas
esporádicamente común, como se hacen esporádicas, las visitas a los difuntos,
después que los vivos cruzan el umbral. En ocasiones las visitas de Águila al
perfume de los recuerdos eran de tres a cuatro días, pero el recuerdo de su
lata con agua, y la ya tardías comidas, lo hacían instintivamente regresar,
hasta que una tarde echado frente a su recuerdo, conoció nuevamente el amor,
tras pasar frente a el, una cachorrita negra, que al verlo, quedó hipnotizada por
sus encantos, y no se separó, hasta la muerte del viudo negro; ambos
correteaban y jugaban alegremente frente a la casa de Leca, y ambos se encargaban
de cuidar y divertir a la familia Lucachenco, cuando se sentaban en frente de
su casa a disfrutar de tardes de sombra y baños de sudor, esperando que saliera
la última paciente del consultorio de Floris.
El reloj
marcó las once y cincuenta nueve minutos del veintiuno acordado por los
rufianes del hambre, y el aire triste de la ya madrugada, escuchó los anuncios
del primero de los acuerdos-…Miuuuton!....Miuuuton!...Miuuuton!-, y se cerró la
persiana de la maldad. Minutos después, comenzaron los aullidos lastimeros de
la nueva novia de Águila, la perrita corría desesperada de esquina a esquina, y
cada vez que olfateaba el cuerpo doblado de Águila mas fuerte aullaba, al mismo
tiempo, el Águila se contorsionaba por
el dolor causado por los retorcijones intestinales, que produce el veneno para
ratas. Una espuma viscosa y blanca, comenzó a brotar de sus adoloridas mandíbulas,
y minutos después, un aullido horripilante y profundo, salió de sus entrañas, y
el Águila negra exhaló finalmente, y se sintió, el aleteo de su espíritu,
volando apresurado al encuentro definitivo con su único y gran amor…Leca.
Las horas del
duelo reciente del alma, transcurrieron rápidamente; a las 5 de la madrugada,
pasó el maleante a cobrar su recompensa de hambre, pero antes, aun tenia que
mostrarle pruebas mas fehacientes al avaro, para poder cobrar el encargo, y sin
el mas mínimo vestigio de remordimiento, se agachó frente al cadáver de Leca, y
tranquilamente le quitó la correa que le había comprado Sigfredo meses atrás, y
que tan orgullosamente luciera, cuando
lo acompañaba a realizar compras, y que quizás, lo separaba social y
temporalmente, de su condición de callejero…hasta eso le había arrancado el
delincuente.
Al ver la acción,
un acompañante del desalmado le preconizó – “ pá que quieres el collar vale…te
va espantá ”-, a lo cual le contestó, - ¡ si no lo llevo no como pana ¡ - , respondiéndole
finalmente el acompañante, - ¡ na guará…te pasáte chamo! - . El autor entró rápidamente
a la empanadera y reclamó airadamente su mantecua, tras lo cual contestó rápidamente
el Rey de la manteca,- pa ve-, y respondió el muerto de hambre, - ¡ aquí ta
nooda ¡ -, tras lo cual salió iracunda la manteca, cruzó la calle, y se dirigió
velozmente a contemplar el cuerpo sin vida del Águila negra, y tras
contemplarlo, las comisuras de sus labios, apuntaron maliciosamente hacia sus
orejas, y tras dar media vuelta, regresó saltando de alegría a su negocio,
pensando, recordando y cantando internamente, la famosa canción popularizada
por Vicente Fernández…pero sigo siendo el Rey.
Al amanecer,
la perrita permanecía echada junto al cuerpo inerte del Águila negra, y cuando
Sigfredo abrió el portón del Garaje, se encontró con la imagen triste de su
amigo callejero, siendo velado solamente, por una nube de moscas recientes, que
auguraban una pronta y nauseabunda descomposición; Sigfredo se dirigió rápidamente
al final del Garaje, buscó una bolsa de basura, apuró sus pasos nuevamente al exterior,
y empujó rápidamente el cuerpo de su mascota proletaria, hacia el interior de
la bolsa; tras alzar su cuerpo inmóvil, lo lanzó al cajón de su antigua
pick-up, y se dirigió velozmente a un lugar indeterminado para deshacerse de
los restos, y así, no fuesen testigos de la perdida, ninguno de los miembros de
la familia Lucachenco, ya que en el fondo, le habían tomado un cariño especial
al vagabundo aquel, que había osado enamorarse de una dama elegante de alta
alcurnia canina, y al final, hasta
lagrimas corrieron por los rostros del clan, y los vecinos mostraron ese triste
día, caras de nostalgia, saludos apagados, algunos vestidos de rutinas, en fin,
el vecindario no fue el mismo desde entonces, y creció desde sus raíces, el
monopolio del mal.
Pasaron los
meses y los días, y el recuerdo de Águila se olvidaba cada día mas, y una tarde
de aquellas rutinarias del Rey, se dirigió a un abasto cercano a comprar 3 galones de manteca,
pues se le habían terminado las reservas estratégicas, para mantener las
arterias de sus clientes empobrecidas, mientras se enriquecían sus arcas y
ambiciones. Ya oscureciendo, y cuando caminaba por la acera tranquilamente, fue
sorprendido por un asaltante encapuchado, quien conociendo con exactitud la
ruta de la manteca, se interpuso en su camino, y se dispuso a atracarlo
cuchillo en mano; el encapuchado lo envolvió con su brazo izquierdo, mientras
que con el derecho, lo amenazaba con el cuchillo, y le gritaba…-¡ dame los
reales, dame los reales ¡ - , en pleno forcejeo, salió de la nada una sombra
negra que se abalanzó sobre ambos derribándolos violentamente; el ladrón, se
recompuso trastabillando de la caída y huyó despavorido, mientras tanto, Miuton
yacía bocabajo besando el pavimento, y cuando de su mente surgió nuevamente la conciencia, fue levantando su rostro
lentamente, y cuando abrió sus parpados, sus ojos contemplaron despavoridos, el
rostro cariñoso del Águila negra, que se limitó solamente, a pasarle su lengua
negra y fría, desde el mentón hasta la frente, y tras un guau-guau de antología,
partió corriendo, y se desvaneció confundiéndose con las sombras recientes de
la noche recién parida. Miuton Mantechorrea, aun permanecía en posición
horizontal, y comenzó a llorar parecido al berrinche de un niño malcriado,
mientras que con sus obesos puños golpeaba el pavimento lleno de grasa…y vociferaba…-¡Mami…Mami…el
Águila, el Águila, no , no…ayúdame ! - . Gélida salió corriendo inmediatamente
a recuperar a su retoño, y tras acariciarlo cariñosamente, regresó al interior
del castillo del reino, con su aun aturdido pimpollo.
Había
comenzado la leyenda del Águila negra, el espíritu del justiciero, había
salvado la vida de su verdugo, y no solamente eso, había logrado una
transformación en la actitud de todo el clan Mantechorrea. El asaltante del Rey
de la manteca, fue atrapado esa misma noche, y resultó ser, el mismo personaje
contratado por Miuton para deshacerse de su salvador. Milagrosamente, el Rey,
se convirtió en una buena persona, amante y defensor de los animales, y desde
ese momento, albergó todo tipo de mascotas, perros, gatos, pajarillos de todos
los colores, cacatúas, morrocoyes…y pare usted de contar, inclusive atendía a
sus clientes, con un rabipelao terciao en la nuca, cambió las empanadas
mantecuas, por empanadas horneadas. Su hermano Rumialdo, fundó una línea de
carritos eléctricos, para el disfrute de los niños en la plaza Bolívar, y al
apuntador de la antigua línea de los lubricantes y los ruidos, lo disfrazaron
de payasito, y lo llamaron Mingo, y se convirtió en el deleite de los niños,
fue nombrado gerente general, y se encargó de anotar y divertir a los niños que
aguardaban en largas colas, por un par de vueltas en los carritos. En
definitiva, el Águila negra, se convirtió en el salvador del clan Mantechorrea, y de los angustiados
vecinos azotados por el hampa…ya tenían un protector, nacía pues, la leyenda
del Águila negra...hasta el próximo episodio.
CUALQUIER
PARECIDO CON PERSONAJES O SITUACIONES DE LA VIDA REAL…NO ES MERA COINCIDENCIA...ES LA MERA REALIDAD
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