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sábado, 3 de agosto de 2013

LA LEYENDA DEL AGUILA NEGRA.



Hace algún tiempo atrás, en un barrio céntrico de una misteriosa ciudad, vivía una hermosa perrita de nombre “Leca”, esta hermosa canina, había sido recibida hacia años atrás siendo apenas una cahorrita por la familia Lucachenco; esta, era una  familia de Inmigrantes europeos, que habían echado sus raíces en Venezuela, exactamente en la ciudad de los brujos, raíz del calificativo inicial de misteriosa. El clan Lucachenco había crecido bajo estrictas normas éticas y morales, incluyendo a su mascota Leca, la misma, era hija legitima de un Beagle y una  un sabuesa criolla de nombre princesa; era consentida por todos los miembros del núcleo familiar, especialmente por el mayor de los hermanos de nombre Sigfredo Lucachenco, que durante esta historia se convertirá en el protector del Águila Negra.

El día de la última ovulación de Leca, el aroma del llamado a la reproducción natural de los seres vivos y muertos para perpetuar su especie, se esparció por todos los vecindarios circundantes del placido hogar de los Lucachenco. Desde ese momento, y por muchos días  por venir, la casa amurallada de la familia, se convirtió en visita obligada de todos las perritos callejeros de los barrios cercanos y lejanos; la pared amurallada que separaba a Leca del pecado, paulatinamente se fue llenando de orines ansiosos, de perritos enloquecidos marcando su territorio, o su turno…por si alguna vez hubiese alguno.

La tarde en la que ocurrió el flechazo del amor, El Águila negra, había sido echado a patadas a la calle desde una casa cansada de garrapatas y del carácter dócil y afable de Águila; hacia 7 meses atrás, había sobrevivido, por la costumbre de las personas de echar a la calle los excesos visuales típicos del humanoide, antes de servir sus alimentos…” Los desperdicios de las comidas”;  por su corta edad, el canino era un perrito alegre y juguetón, y no había sido adoptado por ninguna alma generosa por su carácter pacífico; era joven, esbelto, de pelo negro azabache, y una característica muy particular…los ojos de distinto colores, que infundían en las personas que lo observaban, un halo natural de respeto, temor…ó quizás probablemente en algunos…hasta envidia. El Águila, esa tarde lluviosa y pegajosa de verano caribeño, perseguía al igual que otros perrunos, aquel olor extraño y encantador que lo aturdía…los perfumes íntimos de Leca, que esperaba al igual que la Julieta, en la versión canina de Shakespeare, encontrar a su canino Romeo, para terminar su gran tragedia de amor, no conociendo la inocente perrita, que el triste final, habría mas pronto que tarde de consumarse, por las conspiraciones del mas vil de los animales…el Hombre.

Águila finalmente encontró el origen de su desgracia, y desde ese mismo instante, no se separaría jamás de los derredores de la puerta donde vivía Leca…su sésamo al amor; solamente lo haría, como al final aconteció, con una muerte planificada. La casa donde residía Leca, era una casa de platabanda larga y gruesa de las construcciones de antes, coronada por un preámbulo de vivienda, que consistía, en vigas que soportaban un techo de acerolit, allí residían: La matriarca de la familia, Doña Marusca Lucachenco, que había sabido mantener mediante las artes culinarias heredadas por su madre, a una familia unida y feliz; los otros integrantes del grupo familiar, incluían a Floris Lucachenco, medico de profesión, quien consultaba en la residencia familiar, Paulóv Lucachenco, medico también de profesión, inmerso en sus actividades profesionales, que rara vez se permitía respirar el aire exterior, contaminado de un histerismo colectivo, y un inclemente bombardeo  sónico, expresado en forma de gritos, cornetas aberrantes, y borrachos parlanchines en los derredores de su casa amurallada, y prefería mantenerse como la cabeza del Avestruz; esta muralla consistía en una larga pared de concreto, cubierta de lajas de piedra gris. La entrada al patio interior donde se encontraba Leca, era un Sésamo doble de dos puertas de metal, que mágicamente abrían, bajo los toques magistrales de nudillos entrenados, solamente conocidos por los miembros del clan Lucachenco. Águila olfateaba la puerta constantemente, de noche y de día, y se echaba a dormir frente a ella. Los dueños de la casa amurallada se percataron de la presencia e insistencia del perrito a la mañana siguiente, pero no le prestaron demasiada atención, simplemente se limitaban esos primeros días a ahuyentarlo, lo hicieron de las mil maneras posibles, pero cada mañana al abrir la puerta de los tormentos…allí estaba Águila, esperando pacientemente, la oportunidad de poder contemplar por primera vez, a la poseedora de aquel ladrido abaritonado de aroma hechizante. Una de las ya cotidianas tardes de esperas, alguien se acercó a la casa amurallada como Cartagena, a realizar una visita en la casa de Leca, Águila, amablemente le dió paso a la dama, y se colocó estratégicamente detrás de sus piernas, las personas en el interior, después de analizar los nudillos de turno, abrieron la puerta interior, y la puerta de la reja exterior finalmente se abrió, salió Marusca Lucachenco, y justamente al lado de su pierna izquierda, dejo asomar  su hociquito negro y nervioso la preciosa Leca. La canina enamorada, era ya una perrita madura, de largas orejas sabuesas y cuerpo manchado de vacas mariposas. Al ver al apuesto galán frente a sus ojos, y faltándole a su corazón  solo instantes para tropezar,  recurrió al ladrido grueso y constante de amor, para de alguna manera, drenar la presión interior de su corazón enamorado. La dueña de Leca la disculpaba ante la visita con argumentos como – Discúlpala María…la pobre, esta enamorada, y este perro sinvergüenza…shaaa perro fuera! – , alejándose atemorizado Águila, pero no por muchos metros…pues Leca, se había convertido, con su sinfonía de ladridos gruesos y profundos…en su obsesión fatal.

Los desprecios hacia Águila aumentaban a medida que transcurrían los días y las semanas, pero la constancia de el perrito enamorado era imperturbable, a toda hora del día o la noche, bajo cualquier condición climática o circunstancia, allí estaba Águila, esperando cualquier desliz de los integrantes del clan para deslizarse al interior de la casa, y preservar su linaje, pero la cadena de fracasos se concatenaban, incluso una mañana, en la que decidió acurrucarse a solo metros de la puerta, en un ángulo recto que formaba la pared de la casa de Leca, con la pared del vecino, fue despertado abruptamente una de tantas mañanas por un baño de un sobresalto húmedo y frío, cuando la domestica de la casa amurallada, le arrojó un balde con agua fría, acompañado de un grito de intolerancia, adornado con ribetes de falsa moral, en cuatro palabras huecas de conocimiento…- ” Fuera perro asqueroso…morboso”- ; Águila, al sentir el agua fría, se incorporó en sus cuatro patitas, se sacudió vigorosamente, empapando a su verdugo y pensó… – bueno, a pesar de todo no estuvo nada mal… no puedo seguir presentándome ante mi amor con este olor a mono enjaulao -, al dirigirse nuevamente a la puerta, la domestica pensó que iba a ser atacada por el galán, y dando media vuelta, puso pies en polvorosa, cerró violentamente la puerta, y entró a la casa gritando…- ¡Me ataca, me ataca el depravado! -…nada mas lejos de la realidad, pues Águila, había sido siempre cariñoso con los infantes de la familia, la hija de Sigfredo, y la pequeñita de Floris.

La visión diaria de Águila y su insistencia, fueron llevando lentamente a la familia Lucachenko a compenetrarse con el perrito, sobre todo sus hijos mayores Sigfredo y Floris, quienes empezaron a encariñarse con el novio indeclinable de su Leca. Sigfredo se convirtió en el protector del perrito de los ojos bicolores, hizo colectas entre los vecinos para vacunarlo, le compraba garrapaticida, se lo rociaba a distancia por temor a ser mordido, y al pasar de los meses, Águila se había convertido en la sombra de Sigfredo, lo seguía a todas partes, y protegía a todos los miembros de su familia, su instinto de protección se trasladó a todos los que circulaban alrededor de la casa de Leca, ya era parte del vecindario; cuando Sigfredo no le colocaba su perolito con perrarina cada mañana, cualquier vecino le llenaba su vieja lata con agua, y le lanzaba un mendrugo de pan, ó un pedazo de lo que estuviesen comiendo; y de la noche a la mañana el Águila Negra se convirtió en el personaje mas popular del barrio.

Esa popularidad inesperada alegraba a todo el mundo, un perrito callejero, que en poco tiempo, se había ganado con amor y constancia, el cariño de todos los peatones que circulaban por la vecindad… pero…que nunca falta un bendito pero, existía un personaje, al que nunca le agradó  la existencia del Águila Negra; este detractor de la fauna silvestre, era un vecino que detestaba a los animales por minúsculos que estos fueran, era propietario de una esquina cercana a la casa de Leca, y su nombre era Miúton Mantechorrea; su vanidad, avaricia, y la subliminización de un Ego pestilente y  bañado de grasa, no le permitían comprender en el pensamiento de sus neuronas obesas, que hubiese alguien mas popular que el en su territorio, y comenzó a generar un odio visceral hacia el perrito; en varias ocasiones se le vio a el y a miembros de su familia, lanzándole piedras y toda clase de objetos al canino enamorado, pues este, de vez en cuando se recorría la manzana curioseando, y buscando algo mas de comer que la comida para perros que le colocaba 2 veces al día Sigfredo, y aunque Maruska siempre se negó a dejar pasar a Águila para que conociese a Leca, a la señora se le partía el corazón pensar que el perrito tenia hambre, y en muchas ocasiones, se escabullía hacia el exterior con un sartén negro con sobras de caraotas blancas,  sacudiéndolo en la cuneta frente a su casa para que comiera el perrito enamorado, que ya, en comparación con la escualidez de su llegada, lucia mas fuerte y robusto.

Miúton, era uno de muchos hermanos de la familia Mantechorrea, había comenzado su calificativo de comerciante, hacia unos años atrás cuando la Matriarca lo había autorizado a usar la esquina como punto de ventas de su primer negocio propio, el cual prosperó paulatinamente, y el negocio de la manteca chorreante, había ido adquiriendo popularidad para su creciente numero de comensales, aunque no pensaban lo mismo, los corazones de sus clientes, agobiados por sus arterias llenas de grasa; la obsesión de Mantechorrea por los lubricantes, bien de origen vegetal, animal ó mineral, se propagó por las 4 esquinas, su descontrol por la grasa, y los beneficios económicos que esta le producía, le llevó incluso a financiar a uno de sus hermanos, en la fundación y proliferación de una flota de carros viejos para transportar pasajeros a una población cercana, los autos estacionaban alrededor de todas las casas de los vecinos, llenando los frentes de los hogares circundantes, de una capa gruesa de aceite quemado, que al quedar expuesto a la lluvia, se convertía en una superficie jabonosa y resbaladiza, que en mas de una ocasión, provoco caídas peligrosas a inocentes ciudadanos que no tenían la fortuna de poseer un auto. Todo quedo expuesto a la contaminación de la grasa, de la manteca, y de la contaminación en general; las paredes, las aceras, los esófagos, las suelas, la ropa, el aliento, las axilas, las papilas, los frentes, las espaldas, los pantalones, las faldas, los interiores y las nalgas, en fin, el siniestro personaje, y el resto de la familia Mantechorrea, se habían adueñado definitivamente….de la vida de los demás.

   “ Eeer Miúton “, como le decían, había planeado desde mucho tiempo atrás, la eliminación progresiva del peludo rival, que lo había desplazado de la grasienta popularidad; el primer paso del plan aniquilador, era ir cebando lentamente al animalillo; en muchas ocasiones, se vio caminando en la oscuridad de la noche, a la matriarca de los Mantechorrea, con una bolsa de papel entre las manos. Gélida, observando nerviosamente a todos los lados, depositaba en la acera contigua a los Lucachenco, las sobras diarias de las grasientas empanadas mantecuas, alejándose rápidamente después de la acción, siendo una vez sorprendida por una vecina del sector, argumentándole a la misma después de una sonrisa nerviosa, que se encontraba solamente dándole comida al pobre perrito, contestándole la vecina…- juum, ¿de cuando acá?, ¿porque no se la hecha frente a su casa ¿… esto esta raro…bueeno pues vecina, guárdese temprano que la masa no esta pa bollo. -. Los objetivos primarios estaban siendo cumplidos al pie de la letra…había que ir cebando al Águila negra como se ceban a las Lapas; el procedimiento se repetía esporádica pero metódicamente.

   Mientras todo esto ocurría, la vida de Leca, transcurría encerrada en el castillo, como la Rapunzel del cuento, y el Águila, continuaba empeñado en su obstinación, que era tanta, que un día que Sigfredo dejó recostada sobre la muralla una escalera, se vio tentado el perrillo enamorado, a subirse por la misma, y saltar al interior; pero cuando había tomado la decisión, y se disponía a saltar, salió de la casa Sigfredo, y guardo la escalera nuevamente en el Garaje. Águila, tomaba mas y mas confianza con Sigfredo, y en una ocasión, le permitió guarecerse en el garaje de la fortaleza, en un día de lluvia gruesa e interminable, que empapaba todo a su rededor con tan solo pensarla, esa, fue la ocasión mas cercana que tuvo Águila de lograr su cometido.

Ya todo estaba planificado, el hambreado autor material, se había puesto de acuerdo con el intelectual, por una miserable empanada de pabellón y una malta, pero antes, tenia que traer como prueba, el collar de la victima, y en el momento de realizar la vil acción, debía pararse en la esquina de su casa, y para satisfacer su enfermizo interior, le ordenó gritar tres veces su nombre, como de San Pedro la negación.

Previa a la tragedia de esa noche fría de Enero tropical, y justamente tres meses antes, había fallecido de cáncer la preciosa Leca; Águila aulló su partida por seis días consecutivos, y el ambiente por mucho tiempo, se impregno de formaldehído, y la presencia del perrito frente a la antigua casa de su amor, se hacia mas esporádicamente común, como se hacen esporádicas, las visitas a los difuntos, después que los vivos cruzan el umbral. En ocasiones las visitas de Águila al perfume de los recuerdos eran de tres a cuatro días, pero el recuerdo de su lata con agua, y la ya tardías comidas, lo hacían instintivamente regresar, hasta que una tarde echado frente a su recuerdo, conoció nuevamente el amor, tras pasar frente a el, una cachorrita negra, que al verlo, quedó hipnotizada por sus encantos, y no se separó, hasta la muerte del viudo negro; ambos correteaban y jugaban alegremente frente a la casa de Leca, y ambos se encargaban de cuidar y divertir a la familia Lucachenco, cuando se sentaban en frente de su casa a disfrutar de tardes de sombra y baños de sudor, esperando que saliera la última paciente del consultorio de Floris.

El reloj marcó las once y cincuenta nueve minutos del veintiuno acordado por los rufianes del hambre, y el aire triste de la ya madrugada, escuchó los anuncios del primero de los acuerdos-…Miuuuton!....Miuuuton!...Miuuuton!-, y se cerró la persiana de la maldad. Minutos después, comenzaron los aullidos lastimeros de la nueva novia de Águila, la perrita corría desesperada de esquina a esquina, y cada vez que olfateaba el cuerpo doblado de Águila mas fuerte aullaba, al mismo tiempo, el Águila  se contorsionaba por el dolor causado por los retorcijones intestinales, que produce el veneno para ratas. Una espuma viscosa y blanca, comenzó a brotar de sus adoloridas mandíbulas, y minutos después, un aullido horripilante y profundo, salió de sus entrañas, y el Águila negra exhaló finalmente, y se sintió, el aleteo de su espíritu, volando apresurado al encuentro definitivo con su único y gran amor…Leca.

Las horas del duelo reciente del alma, transcurrieron rápidamente; a las 5 de la madrugada, pasó el maleante a cobrar su recompensa de hambre, pero antes, aun tenia que mostrarle pruebas mas fehacientes al avaro, para poder cobrar el encargo, y sin el mas mínimo vestigio de remordimiento, se agachó frente al cadáver de Leca, y tranquilamente le quitó la correa que le había comprado Sigfredo meses atrás, y que tan orgullosamente  luciera, cuando lo acompañaba a realizar compras, y que quizás, lo separaba social y temporalmente, de su condición de callejero…hasta eso le había arrancado el delincuente.

Al ver la acción, un acompañante del desalmado le preconizó – “ pá que quieres el collar vale…te va espantá ”-, a lo cual le contestó, - ¡ si no lo llevo no como pana ¡ - , respondiéndole finalmente el acompañante, - ¡ na guará…te pasáte chamo! - . El autor entró rápidamente a la empanadera y reclamó airadamente su mantecua, tras lo cual contestó rápidamente el Rey de la manteca,- pa ve-, y respondió el muerto de hambre, - ¡ aquí ta nooda ¡ -, tras lo cual salió iracunda la manteca, cruzó la calle, y se dirigió velozmente a contemplar el cuerpo sin vida del Águila negra, y tras contemplarlo, las comisuras de sus labios, apuntaron maliciosamente hacia sus orejas, y tras dar media vuelta, regresó saltando de alegría a su negocio, pensando, recordando y cantando internamente, la famosa canción popularizada por Vicente Fernández…pero sigo siendo el Rey.

Al amanecer, la perrita permanecía echada junto al cuerpo inerte del Águila negra, y cuando Sigfredo abrió el portón del Garaje, se encontró con la imagen triste de su amigo callejero, siendo velado solamente, por una nube de moscas recientes, que auguraban una pronta y nauseabunda descomposición; Sigfredo se dirigió rápidamente al final del Garaje, buscó una bolsa de basura, apuró sus pasos nuevamente al exterior, y empujó rápidamente el cuerpo de su mascota proletaria, hacia el interior de la bolsa; tras alzar su cuerpo inmóvil, lo lanzó al cajón de su antigua pick-up, y se dirigió velozmente a un lugar indeterminado para deshacerse de los restos, y así, no fuesen testigos de la perdida, ninguno de los miembros de la familia Lucachenco, ya que en el fondo, le habían tomado un cariño especial al vagabundo aquel, que había osado enamorarse de una dama elegante de alta alcurnia canina, y  al final, hasta lagrimas corrieron por los rostros del clan, y los vecinos mostraron ese triste día, caras de nostalgia, saludos apagados, algunos vestidos de rutinas, en fin, el vecindario no fue el mismo desde entonces, y creció desde sus raíces, el monopolio del mal.

Pasaron los meses y los días, y el recuerdo de Águila se olvidaba cada día mas, y una tarde de aquellas rutinarias del Rey, se dirigió a un abasto cercano a comprar 3 galones de manteca, pues se le habían terminado las reservas estratégicas, para mantener las arterias de sus clientes empobrecidas, mientras se enriquecían sus arcas y ambiciones. Ya oscureciendo, y cuando caminaba por la acera tranquilamente, fue sorprendido por un asaltante encapuchado, quien conociendo con exactitud la ruta de la manteca, se interpuso en su camino, y se dispuso a atracarlo cuchillo en mano; el encapuchado lo envolvió con su brazo izquierdo, mientras que con el derecho, lo amenazaba con el cuchillo, y le gritaba…-¡ dame los reales, dame los reales ¡ - , en pleno forcejeo, salió de la nada una sombra negra que se abalanzó sobre ambos derribándolos violentamente; el ladrón, se recompuso trastabillando de la caída y huyó despavorido, mientras tanto, Miuton yacía bocabajo besando el pavimento, y cuando de su mente surgió nuevamente  la conciencia, fue levantando su rostro lentamente, y cuando abrió sus parpados, sus ojos contemplaron despavoridos, el rostro cariñoso del Águila negra, que se limitó solamente, a pasarle su lengua negra y fría, desde el mentón hasta la frente, y tras un guau-guau de antología, partió corriendo, y se desvaneció confundiéndose con las sombras recientes de la noche recién parida. Miuton Mantechorrea, aun permanecía en posición horizontal, y comenzó a llorar parecido al berrinche de un niño malcriado, mientras que con sus obesos puños golpeaba el pavimento lleno de grasa…y vociferaba…-¡Mami…Mami…el Águila, el Águila, no , no…ayúdame ! - . Gélida salió corriendo inmediatamente a recuperar a su retoño, y tras acariciarlo cariñosamente, regresó al interior del castillo del reino, con su aun aturdido pimpollo.

Había comenzado la leyenda del Águila negra, el espíritu del justiciero, había salvado la vida de su verdugo, y no solamente eso, había logrado una transformación en la actitud de todo el clan Mantechorrea. El asaltante del Rey de la manteca, fue atrapado esa misma noche, y resultó ser, el mismo personaje contratado por Miuton para deshacerse de su salvador. Milagrosamente, el Rey, se convirtió en una buena persona, amante y defensor de los animales, y desde ese momento, albergó todo tipo de mascotas, perros, gatos, pajarillos de todos los colores, cacatúas, morrocoyes…y pare usted de contar, inclusive atendía a sus clientes, con un rabipelao terciao en la nuca, cambió las empanadas mantecuas, por empanadas horneadas. Su hermano Rumialdo, fundó una línea de carritos eléctricos, para el disfrute de los niños en la plaza Bolívar, y al apuntador de la antigua línea de los lubricantes y los ruidos, lo disfrazaron de payasito, y lo llamaron Mingo, y se convirtió en el deleite de los niños, fue nombrado gerente general, y se encargó de anotar y divertir a los niños que aguardaban en largas colas, por un par de vueltas en los carritos. En definitiva, el Águila negra, se convirtió en el salvador  del clan Mantechorrea, y de los angustiados vecinos azotados por el hampa…ya tenían un protector, nacía pues, la leyenda del Águila negra...hasta el próximo episodio.

CUALQUIER PARECIDO CON PERSONAJES O SITUACIONES DE LA VIDA REAL…NO ES MERA COINCIDENCIA...ES LA MERA REALIDAD   






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