I
Todavía era azul el cielo y oscura la noche,
para tornarse al final de plata e iluminada sombra,
caminé a oscuras a tu manta, llena de estrellas,
tupida de sedas, de perfumado encaje.
Sin aire, después del vuelo del alma,
en plumas de cuervos y de garzas blancas.
Buscando al genio, como aquel del cuento,
frotando desesperado tu vieja lámpara.
La piel de cobre de tus ansias, de tus pecados.
Ausencia, la revisé de cuarta a cuarta, de palmo a palmo.
Ni por error una espina, perdida entre dos zarzas.
Atrapados tras las rejas de la noche.
Tus lindos ojos abiertos, de placer dormidos,
junto al gallo si ojos, que no vio al último sol despierto.
Se miró el mal frente al espejo, que reflejaba su envidia.
Buscando en curvas ajenas, el socavón de su vertebra.
Triste mengua de la yegua blanca, ya sin estilo, sin venas.
Cuatro días, cuatro noches, buscando la tuya, mi boca.
Entre hamacas, entre hierbas, entre dunas y entre selvas,
sintiendo mis labios tus lenguas.
Entre besos. brotaron los ojos del gallo.
Vimos al sol despiertos, arropados con su canto.
Vimos abrazos, vimos caricias, y durmiendo al viejo cerdo.
A San Lucas borracho, y finalmente ya cuerdo.
Abrazados entre plumas grises, volamos al arcoíris.
Colgados de los colores, de siete hermosos lazos.
Asidos al prisma, nuestra ventana plena de luces.
Sin temores ni sargazos.
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