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martes, 8 de julio de 2014

ANIMAS VII.-


La vieja tarde, se teñía desde tempranas horas de una oscuridad absurda. Precedida por una tormenta Atlántica, que había estado azotando continuamente a la ciudad de los brujos desde el lunes  pasado anterior, dejando el  cielo marcado de vetas grises profundas. Anunciando que la naciente noche, estaría cubierta de una oscuridad impresionante. Esa fatídica noche para Sónsha Shimón, hasta los mismos cocuyos, parecían haberse puesto de acuerdo con la luna nueva. Para confabular en contra de la luz. Sónsha era una dama agradable, de madre Palestina y padre Israelí, quienes habían emigrado a Venezuela a mediados de los cuarenta, que con la ayuda de algunos paisanos,  habían instalado un próspero negocio de venta de ropa y artículos para dama. Que el padre de Sónsha  mantenía repleto de mercancía, con viajes semanales a la capital. Lamentablemente, Sónsha quedó huérfana a los 30 años, al morir sus padres en un accidente automovilístico a la altura de Nirgua, cuando regresaban de apertrecharse de mercancía para la temporada siguiente. Sónsha, tenía encargada de la tienda a Doña Micaela Gutiérrez, quien le había servido de Nana desde su primera nalgada 30 años atrás, y tras la pérdida de sus padres, se convertiría Micaela. En su guía y protectora.
Micaela, entre sus muchas enseñanzas, le había inculcado desde muy niña a Sónsha, la creencia y veneración al Ánima sola. Todos los lunes religiosamente, Micaela le dejaba a Sónsha frente a su escritorio. Sobre una mesa de cedro cuarteado. El ritual de todos los  lunes. Una estampa con la imagen y la oración al anima del purgatorio, un vaso con agua cristalino, y sobre su escritorio, y escrito de su puño y letra…la advertencia de todos los lunes, “Como ella te cumple tú le cumplirás, de lo contrario morirás”. Sónsha, mujer estudiada amante de las letras, nunca tomó muy en serio las enseñanzas de su nana. El ritual  lo realizaba todos los lunes para no contrariarla. Sónsha era una enamorada de la poesía. Casi todas las tardes se sumergía en el mar de las palabras, y hacia paradas en los puertos de los sentimientos. Principalmente en el puerto del amor, del desengaño, de la ilusión, y así, su imaginación navegaba recorriendo todos los sentimientos. El único tema que le causaba terror, debido a su temprana orfandad, era la muerte. La forma como murieron sus padres. Los imaginaba en un espacio sin luz, flotando en un sin regreso eterno, en un límite, en una frontera, en un lugar donde ni las plegarias los alcanzaban, y eso la aterrorizaba.
Esa tarde cruel de la condena. Micaela le había comunicado a Sónsha, su intención de quedarse esa noche en casa de su hermano Ramiro. Quien vivía en un caserío cercano llamado Guararute, y le había comunicado su vecino Leonoro, que su hermano. Tenía una fiebre pasmódica desde hacía dos días, producida según Ramiro, por la picadura de una garrapata. Que huyó despavorida del lomo de su vaca “Ternura”, quien no resistió más la suciedad a que la tenía sometida su dueño, y necesitaba que le llevara unos supositorios transparentes, para no observar la pérdida de su machismo aprendido. Sónsha asintió con la cabeza al pedido de Micaela, y partió rauda y sonriente. Ante la posibilidad de ver nuevamente al único familiar vivo que permanecía en este mundo.
Las 5 de la tarde de ese lunes negro, aconteció más negro de lo que se esperaba. Las únicas luces que permanecían en el ambiente. Eran la de la entrada a la casa do Sónsha. Una luz tenue que marcaba la entrada a un patio exterior repleto de gardenias, y dos palmeras robustas ubicadas como centinelas cuidando el alero exterior de la casa, y la luz sutil ubicada estratégicamente encima de su cuaderno de notas, el cual barnizaba con la tinta de numerosos poemas noche tras noche. Al día siguiente, después de la tragedia. El comandante de la policía, leyó a Micaela la última estrofa escrita por Sónsha…la cual rezaba “ No quiero irme a la oscuridad, no quiero volver, no quiero permanecer divagando…entre un mundo sin luz, y tu “.
En la esquina derecha de su escritorio se encontraba la vieja mesa de cedro. Sobre ella. El ritual de los lunes, y sobre todos ellos. Un viejo reloj redondo, recordatorio de los incumplimientos. Las ocho de la noche llegó veloz, y el viejo reloj, después de aclarar su garganta de tenor abaritonado. Comenzó a cantar “la canción de las ocho en do sostenido”…doon, doon. Sonsha, al percatarse. Alzó la pluma del papel, y cuando se disponía a dirigirse a la mesa a encender la vela, se escuchó en el ambiente un ruido ensordecedor. La poca luz existente desapareció de repente. La dulce mujer como pudo y a ciegas. Abrió la puerta del frente de su casa para investigar lo sucedido. Cuando se percató, que la vieja ambulancia del pueblo, había derribado el poste de luz ubicado en la medianidad de la cuadra. Se encontró en la oscuridad absoluta…esa a la que tanto temía. Por temor a ser víctima de un atraco. Cerró violentamente la puerta, y a tientas, sin aire, y dejando tras de sí una hilera de golpes de objetos distraídos, llego a la puerta del patio, y en un desesperado intento de huir hacia la nada. Su frente inadvertida chocó con una de las palmeras. Cayó de espaldas. Para ese entonces, lo único que recordaba de esta dimensión, era como recorría un tibio rio. El caudal desde su frente, hasta caer finalmente en el delta de sus labios, y sentir antes de morir…el sabor del plomo gris.

El reloj redondo, siguió su curso…a las 11 y 59 minutos de ese cruel lunes de luna nueva, y al mismo tiempo que el barítono se dispuso a interpretar la opera de las doce. Fue surgiendo lentamente del inconsciente de Sónsha la lucidez, su mente carecía aun de lógica, pero el reloj no se detenía, y empezaba su coro mortal…Don, Don, Don. Recordó la promesa, y seguía cantando el reloj…Don, Don, Don. Recordó a sus padres, y seguía cantando el reloj…Don, Don, Don. Recordó el poema, y siguió cantando el reloj…Don, Don, Don. Ya era martes. Abrió sus ojos tristes. Vio al espanto, a la mujer sin luz, resplandeciendo desde sus entrañas. Como la linterna que alumbraría su eterna transición entre la oscuridad y la luz. Entre el mundo y el submundo. A las 1, 05 a.m. del martes. Un silbido  conocido, más escalofriante y más frio que nunca antes, se escuchó nuevamente en Chivacoa. Tras cerrar definitivamente sus ojos Sónsha Shimón. Popularmente llamada “ La turquita de los poemas tristes “ . Cobraba una víctima más el ánima sola. En noches de luna nueva, a Sónsha Shimón, se le ha visto vagando rodeada de cocuyos, en los derredores del cementerio de Chivacoa recitando poemas. Si pasa por este pueblo, cerciórese que no sea en luna nueva ni en un día santo…recuerde que está en tierras de brujos, y de los no tanto…pero sobre todo…de espantos.   

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