La vieja tarde, se teñía
desde tempranas horas de una oscuridad absurda. Precedida por una tormenta Atlántica,
que había estado azotando continuamente a la ciudad de los brujos desde el
lunes pasado anterior, dejando el cielo marcado de vetas grises profundas. Anunciando
que la naciente noche, estaría cubierta de una oscuridad impresionante. Esa fatídica
noche para Sónsha Shimón, hasta los mismos cocuyos, parecían haberse puesto de
acuerdo con la luna nueva. Para confabular en contra de la luz. Sónsha era una
dama agradable, de madre Palestina y padre Israelí, quienes habían emigrado a
Venezuela a mediados de los cuarenta, que con la ayuda de algunos paisanos, habían instalado un próspero negocio de venta
de ropa y artículos para dama. Que el padre de Sónsha mantenía repleto de mercancía, con viajes
semanales a la capital. Lamentablemente, Sónsha quedó huérfana a los 30 años,
al morir sus padres en un accidente automovilístico a la altura de Nirgua,
cuando regresaban de apertrecharse de mercancía para la temporada siguiente. Sónsha,
tenía encargada de la tienda a Doña Micaela Gutiérrez, quien le había servido
de Nana desde su primera nalgada 30 años atrás, y tras la pérdida de sus
padres, se convertiría Micaela. En su guía y protectora.
Micaela, entre sus
muchas enseñanzas, le había inculcado desde muy niña a Sónsha, la creencia y
veneración al Ánima sola. Todos los lunes religiosamente, Micaela le dejaba a
Sónsha frente a su escritorio. Sobre una mesa de cedro cuarteado. El ritual de
todos los lunes. Una estampa con la
imagen y la oración al anima del purgatorio, un vaso con agua cristalino, y
sobre su escritorio, y escrito de su puño y letra…la advertencia de todos los
lunes, “Como ella te cumple tú le cumplirás, de lo contrario morirás”. Sónsha,
mujer estudiada amante de las letras, nunca tomó muy en serio las enseñanzas de
su nana. El ritual lo realizaba todos los
lunes para no contrariarla. Sónsha era una enamorada de la poesía. Casi todas
las tardes se sumergía en el mar de las palabras, y hacia paradas en los
puertos de los sentimientos. Principalmente en el puerto del amor, del
desengaño, de la ilusión, y así, su imaginación navegaba recorriendo todos los
sentimientos. El único tema que le causaba terror, debido a su temprana
orfandad, era la muerte. La forma como murieron sus padres. Los imaginaba en un
espacio sin luz, flotando en un sin regreso eterno, en un límite, en una
frontera, en un lugar donde ni las plegarias los alcanzaban, y eso la aterrorizaba.
Esa tarde cruel de la
condena. Micaela le había comunicado a Sónsha, su intención de quedarse esa noche
en casa de su hermano Ramiro. Quien vivía en un caserío cercano llamado
Guararute, y le había comunicado su vecino Leonoro, que su hermano. Tenía una
fiebre pasmódica desde hacía dos días, producida según Ramiro, por la picadura
de una garrapata. Que huyó despavorida del lomo de su vaca “Ternura”, quien no
resistió más la suciedad a que la tenía sometida su dueño, y necesitaba que le
llevara unos supositorios transparentes, para no observar la pérdida de su
machismo aprendido. Sónsha asintió con la cabeza al pedido de Micaela, y partió
rauda y sonriente. Ante la posibilidad de ver nuevamente al único familiar vivo
que permanecía en este mundo.
Las 5 de la tarde de
ese lunes negro, aconteció más negro de lo que se esperaba. Las únicas luces
que permanecían en el ambiente. Eran la de la entrada a la casa do Sónsha. Una
luz tenue que marcaba la entrada a un patio exterior repleto de gardenias, y
dos palmeras robustas ubicadas como centinelas cuidando el alero exterior de la
casa, y la luz sutil ubicada estratégicamente encima de su cuaderno de notas,
el cual barnizaba con la tinta de numerosos poemas noche tras noche. Al día
siguiente, después de la tragedia. El comandante de la policía, leyó a Micaela
la última estrofa escrita por Sónsha…la cual rezaba “ No quiero irme a la
oscuridad, no quiero volver, no quiero permanecer divagando…entre un mundo sin
luz, y tu “.
En la esquina derecha
de su escritorio se encontraba la vieja mesa de cedro. Sobre ella. El ritual de
los lunes, y sobre todos ellos. Un viejo reloj redondo, recordatorio de los
incumplimientos. Las ocho de la noche llegó veloz, y el viejo reloj, después de
aclarar su garganta de tenor abaritonado. Comenzó a cantar “la canción de las
ocho en do sostenido”…doon, doon. Sonsha, al percatarse. Alzó la pluma del
papel, y cuando se disponía a dirigirse a la mesa a encender la vela, se escuchó
en el ambiente un ruido ensordecedor. La poca luz existente desapareció de
repente. La dulce mujer como pudo y a ciegas. Abrió la puerta del frente de su
casa para investigar lo sucedido. Cuando se percató, que la vieja ambulancia
del pueblo, había derribado el poste de luz ubicado en la medianidad de la
cuadra. Se encontró en la oscuridad absoluta…esa a la que tanto temía. Por
temor a ser víctima de un atraco. Cerró violentamente la puerta, y a tientas,
sin aire, y dejando tras de sí una hilera de golpes de objetos distraídos,
llego a la puerta del patio, y en un desesperado intento de huir hacia la nada.
Su frente inadvertida chocó con una de las palmeras. Cayó de espaldas. Para ese
entonces, lo único que recordaba de esta dimensión, era como recorría un tibio
rio. El caudal desde su frente, hasta caer finalmente en el delta de sus
labios, y sentir antes de morir…el sabor del plomo gris.
El reloj redondo, siguió
su curso…a las 11 y 59 minutos de ese cruel lunes de luna nueva, y al mismo
tiempo que el barítono se dispuso a interpretar la opera de las doce. Fue
surgiendo lentamente del inconsciente de Sónsha la lucidez, su mente carecía
aun de lógica, pero el reloj no se detenía, y empezaba su coro mortal…Don, Don,
Don. Recordó la promesa, y seguía cantando el reloj…Don, Don, Don. Recordó a
sus padres, y seguía cantando el reloj…Don, Don, Don. Recordó el poema, y
siguió cantando el reloj…Don, Don, Don. Ya era martes. Abrió sus ojos tristes.
Vio al espanto, a la mujer sin luz, resplandeciendo desde sus entrañas. Como la
linterna que alumbraría su eterna transición entre la oscuridad y la luz. Entre
el mundo y el submundo. A las 1, 05 a.m. del martes. Un silbido conocido, más escalofriante y más frio que
nunca antes, se escuchó nuevamente en Chivacoa. Tras cerrar definitivamente sus
ojos Sónsha Shimón. Popularmente llamada “ La turquita de los poemas tristes “
. Cobraba una víctima más el ánima sola. En noches de luna nueva, a Sónsha
Shimón, se le ha visto vagando rodeada de cocuyos, en los derredores del
cementerio de Chivacoa recitando poemas. Si pasa por este pueblo, cerciórese
que no sea en luna nueva ni en un día santo…recuerde que está en tierras de
brujos, y de los no tanto…pero sobre todo…de espantos.
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