LAS AVENTURAS DE UNO BLANCO.
El nacimiento de uno blanco, no fue precisamente marcado por las alegrías previas al nacimiento de mascotas alegres, pero su destino, como su nombre, iba a ser signado por la grandeza de sus obras. Uno blanco, fue el último de un parto a regañadientes, de una perrita negra de pedigrí callejero, mezcla de una Labrador y cazador criollo; con un Dálmata esbelto y bien parecido, que en el momento en que saltó la cerca perimetral del patio rodeado de sirenas y ambulancias, se desempeñaba como mascota oficial del cuerpo de Bomberos de una ciudad Venezolana. Esa tarde, impregnada de vientos de tentación , el canino enamorado, voló la cerca del cuerpo de Bomberos, atraído por la fragancia del amor, que merodeaba provocativa danzando por el ambiente húmedo, que auguraba una noche tormentosa. Apuntó la agudeza de su olfato, y se dirigió veloz al encuentro con su amada; después de una búsqueda de mas de 2 horas, finalmente encontró á la autora de la esencia que enloqueció la tranquilidad de su tarde; detrás de unos latones de agua nauseabunda, y en un patio lleno de escombros y desperdicios adquiridos, comenzó y culminó la aventura del perrillo enamorado, para lograr la perpetuación de su especie. El galán reapareció en su trabajo 2 días después de la aventura, desgreñado y maloliente, y después de recibir un buen baño y regaño del capitán, volvió a sus actividades habituales en el cuerpo de bomberos.
TRES MESES DESPUES. Agustina, había sido siempre una mujer de muy bajos recursos, su subsistencia, consistía en una pequeña ayuda económica que le suministraba el menor de sus hijos, ya que el resto de sus siete, nunca se acordaron de la existencia de su madre; el hecho de haber estado abandonada por sus siete hijos restantes, y por su propio esposo al momento de parir el último, la convirtió desde aquel entonces en una persona resentida, de malos sentimientos, odiaba a sus semejantes, y lo demostraba con su actitud, cada vez que tenía oportunidad. La única compañía que tenia Agustina, era una perrita negra a quien llamaba tormenta, bautizada así por la viejita, porque era quizás, lo único que albergó cariño en su corazón de acero; esa noche, Agustina se encontraba muy preocupada; "Tormenta", desde el día anterior no probaba bocado, y se había echado debajo de la batea ubicada en el patio trasero, buscando la mayor comodidad posible para dar a luz a su camada de perritos, escondidos bajo un bulto enorme dentro de su barriga prensada; esa tarde temprano, Agustina contemplaba a Tormenta, acompañada de una taza de peltre llena de un café, colado ya tantas veces, que tan solo quedaba la piel de su antiguo sabor. Mientras sorbeteaba la piel del café, meditaba lo que sucedería cuando "Tormenta" finalizara de parir el fruto de su propio descuido, pues en su interior, reconocía que debió haber tenido mas cuidado con la perrita en sus días de celo, y pensaba ¿Cómo podía haber ocurrido?, si la mantenía encadenada en esos días especiales; lo que nunca imaginó, eran las habilidades saltarinas de un galán desconocido, en fin, no había nada mas que hacer, si no esperar a que los acontecimientos fuesen ocurriendo, y pensó – como venga saliendo, vamos viendo -, y permaneció sentada en su vieja mecedora frente a su querida "Tormenta". La temprana noche, había oscurecido muy rápidamente, del Este, golpeaba una fuerte brisa impregnada con un aroma de agua reciente, en el horizonte se dibujaban resplandores, que anunciaban relámpagos, y la certeza de que se avecinaba una fuerte tormenta, precisamente la noche en que “Tormenta”, había decidido traer al mundo a sus cachorros. Justamente a las 8 de la noche, y cuando “Tormenta” jadeaba y pujaba para traer al mundo al primer cachorrito, se desató un fuerte temporal acompañado por una lluvia fuerte, vientos, y granizos del tamaño de pelotas de ping-pong. El techo de Zinc del patio, protegía a Agustina y a “Tormenta”; cuando salió el primero de los 8 cachorritos, la perrita lo tomó delicadamente con sus mandíbulas, rompió con sus dientes la bolsa protectora que envolvía a su peludito, y tras comerse la placenta, procedió a limpiarlo cuidadosa y cariñosamente con su lengua; su rostro, reflejaba su orgullo materno, la cachorrita, tras la revisión de Agustina, era hermosa como su madre, envuelta en un pelaje negro brillante; después de tomarla por unos cuantos segundos entre sus manos, la colocó entre las patas de “Tormenta”, que ya anunciaba por sus desesperados movimientos de cabeza, la llegada del próximo de sus cachorritos. El proceso se repitió en siete ocasiones mas, todos los cachorros eran hembras, y todas tenían, el mismo pelaje negro brillante de su madre. Durante todo el proceso de parto de “Tormenta”, habían transcurrido tres horas; mientras tanto, la fuerte lluvia, no había descansado un instante, desde que había comenzado a parir “Tormenta” cinco horas atrás, las cachorras, se encontraban descansando sobre un saco, que había colocado Agustina para proteger a “Tormenta” de las inclemencias del frio húmedo almacenado en el piso de cemento rustico, que soportaba el peso del animalito; esta, continuaba lamiendo con su lengua a sus cachorritas, cuando intempestivamente, sintió que faltaba alguien mas, que aun luchaba por salir de su interior, comenzó nuevamente a pujar, tras salir, y comenzar nuevamente “Tormenta” el proceso de limpieza del cachorro olvidado, se dio cuenta Agustina, que era diferente al resto de sus hermanas; lo levantó con sus manos y se percató que era macho, el único de 8, y además, era completamente blanco, con la excepción, de una mancha negra en su cabecita, este hecho llamo la atención de Agustina, que lo bautizó con el nombre de “Uno blanco”.
Las 2 de la madrugada de ese sábado aun por amanecer, encontró a Agustina y a “Tormenta”, empapados por el sudor y la lluvia de una noche ardua e interminable; los vientos continuaban soplando cada vez mas fuerte, en esta ocasión provenían del Oeste; Agustina, en un descanso que le cedió el café, caminó al interior de la vieja casa de adobe, cruzó la destartalada sala, empujo con su rodilla aquejada de tiempo, un viejo banco que se interponía entre ella y la ventana que daba a la calle, con fuerza la entreabrió, notó que por la calle bajaba un enorme caudal de agua, teñida de muerte planificada, también observó que entre los vaivenes de las olas impuestas por la providencia, bajaban también arrastrados por sus furias, sacos de basura, latas, restos de perros, gatos, ratones y ratas, cajas y cajones, y todo tipo de despojos, de los que alguien hubiese podido deshacerse en un momento determinado, sin que nadie lo hubiese notado jamás; era el momento oportuno pensó , y su mal llamada conciencia, trato de justificar el pensamiento que pasaba por su demonio interior, hablaba consigo misma y se decía – ¡tengo que hacerlo!...si los dejo…¿Cómo los voy a mantener?...¡de chiripa como yo!...no se ocupan de mi, mis propios hijos…¡que va vale…los mando pál carrizo!-. Dando media vuelta, pasó por la cocina, tomo una bolsa vieja que tenia en un rincón y salió nuevamente al patio donde se encontraba “Tormenta” con sus cachorros, se agachó al frente de ella, y comenzó a colocar dentro de la bolsa plástica, cada uno de los cachorros, cuando había ya introducido a las siete hembras y se disponía a arrancarle de su regazo al único macho, Agustina observó que de los ojos de tormenta, brotaron dos lagrimas gruesas y tristes, que le suplicaban que no lo hiciera; Agustina, conmovida por el rostro de la perrita , le regresó lentamente a “Uno blanco”, al colocar al cachorrito en su regazo, esta le lamio la mano en señal de agradecimiento. Agustina, con el rostro lleno de rabia y resentimiento, tras la aplicación de un nudo fugaz a la bolsa de sus remordimientos, se levanto rápidamente, y se dirigió nuevamente a la puerta de su casa, abrió la puerta con esfuerzo, pues ya la madera se encontraba hinchada por los efectos del agua, tras el rechino, vio frente a si, la corriente violenta del río que pasaba frente a su casa, y sin pensarlo dos veces, lanzó la bolsa con las cachorros a su trágico destino; sin la mas mínima señal de arrepentimiento, volvió al lugar donde se encontraban “Tormenta” y “Uno blanco”, y se sentó a obsérvalos, Agustina, veía como “Tormenta” lo limpiaba con cariño y no se cansaba de lamerlo y acariciarlo, este hecho, despertó en la malvada Agustina, el peor de los pecados capitales…la envidia, que se iba convirtiendo rápidamente en ira, y tras levantarse abruptamente de la mecedora, apartó violentamente al cachorro de su madre, y tras mirarlo fijamente pensó…- con que fuiste tu…uno blanco…degenerado…el mal nacido que preño mi oscuridad, ¡te odio! - ; tomo violentamente al cachorro, abrió nuevamente la puerta de la calle, y lo lanzó con violencia a la corriente asesina.
A las cinco de la madrugada de ese mismo día, el despertador de gallina, despertaba a Andrés, joven de dieciséis años, un excelente estudiante cursante del quinto año de bachillerato en un liceo local.; Andrés, abrió sus ojos malhumorados, su sueño aun estaba intacto, había permanecido despierto hasta las 2 de la mañana estudiando, pues ese misma tarde, tenía que presentar prueba final de lapso de Biología. Desde el final del cuarto, escuchó una vez mas como todos los días la voz de su padre vociferándole, - ¡párate muchacho…ve calentando el motor del camión…es tarde!; el joven, además de estudiar, ayudaba a su padre en un reparto de leche. Al mismo tiempo, la voz de su madre, le recordaba que el café estaba recién coladito. Andrés se colocó bajo protesta interior, el viejo jean descolorido, una franela agotada de usos, y sus viejos tenis de marca; antes de salir de su cuarto, su madre le recordó a gritos, no olvidar el impermeable, pues continuaba lloviendo. Andrés salió presuroso, dio un mordisco rápido a una arepa humeante, acabada de salir del budare, rellena de queso rallao, tomó un sorbo de café, y le habló a su madre,- ¡ya vuelvo mama!...voy a prendé la carcacha., Andrés se colocó el poncho para protegerse de la lluvia, y corrió al camión; después de encenderlo, y cuando se disponía a regresar al interior para terminar la arepa y el café, se percató que de la entrada del garaje, provenía un débil quejido, semejante al de un polluelo perdido, pero notó que las pausas de los píos eran mucho mas largas, y pensó, que tal vez no se tratara de un polluelo. Sustrajo de su bolsillo trasero el celular, y tras encender la luz del mismo, se fue acercando lentamente, al lugar de donde provenía el tímido lamento, tras aproximarse rápidamente a la fuente de la congoja, se dio cuenta que provenía de sus pies, asustado, apuntó la luz hacia sus zapatos…y allí estaba, una hermosa bolita de pelos blancos empapados, se inclinó, y lo levantó con su mano derecha al ras de su cara, y tras contemplar su dulce rostro abriendo la boquita…exclamó,- ¡pobrecito!, ¿Quién lo habrá abandonado? , el muchacho salió corriendo agitado, entró nuevamente a la casa donde lo aguardaba su madre. Esperanza al contemplar la escena, tomó entre sus manos a la criatura, que había despertado en ella automáticamente, el cariño maternal que no recordaba desde el nacimiento de su hijo. Tras prometerle a Andrés su cuidado, Esperanza se encargo de salvarle la vida al cachorro, que por sus características especiales, fue bautizado por ella, con el mismo nombre que lo había echo horas atrás su asesina…”Uno blanco”.
“Uno blanco” tras su recuperación, se convirtió en la alegría de la familia Crespo, y en el amigo inseparable de Andrés; el joven había concluido sus estudios de bachillerato, y se disponía realizar el sueño de la infancia…convertirse en bombero. Tras ingresar, y después de finalizar su formación dentro de la institución, llegó el día de su graduación, y junto a “Uno blanco”, comenzó a formar parte del cuerpo de bomberos de su ciudad, simultáneamente a la graduación de Andrés, “Uno blanco”, fue nombrado “mascota oficial del cuerpo de bomberos de Chivacoa”.
La triste tarde que se avecinaba en la población, sería recordada por muchos años por venir. La malvada Agustina se sentaba, como de costumbre, recostada a la vieja pared de bloques de barro y paja, hablando mal de sus semejantes, conversaba con la única capaz de aguantar las historias de sus resentimientos por el abandono de sus hijos, de su vida frustrada, de sus maldades… conversaba con “Tormenta”, esta, ya mas vieja y adolorida. En sus recuerdos, aun se encontraban grabados sus ocho cachorros, y la imagen imborrable de la separación de “Uno blanco”. El sismo de esa tarde, en cuanto a intensidad, no fue muy fuerte, las noticias reportaron un movimiento telúrico en la zona Centro Occidental, de 5.6 grados en la escala de Ritcher, y no se reportaban victimas ni daños materiales de importancia, pero en la ciudad de Chivacoa, el cuerpo de Bomberos, había recibido una llamada por el derrumbamiento de varias casas en la localidad. Una unidad fue enviada inmediatamente al lugar, al llegar los bomberos incluyendo a “Uno blanco”, los vecinos y los rescatistas, no reportaban perdidas humanas entre los escombros, Agustina era tan malvada, que ni los propios vecinos se percataron de su ausencia, ya la habían dado por muerta muchos años atrás, cuando en mala hora, se le ocurrió contar la atrocidad cometida contra “Tormenta”y sus cachorros. Todos se disponían a montarse en la unidad, cuando de pronto, “Uno Blanco” comenzó a ladrar desesperadamente, saltó del vehículo, y se dirigió a la montaña de escombros de la antigua casa de Agustina, olfateaba desesperado, y rasgaba con sus uñas un lugar determinado, tras acercarse los rescatistas, comenzaron a remover los escombros que le indicaba "Uno blanco" con su hocico. Los efectivos, encontraron el cuerpo de “Tormenta”, y cuando se disponían a retirarlo, escucharon un tenue lamento bajo la perrita…era la vieja Agustina, que por cosas del destino, aun respiraba gracias a su fiel mascota, que en un movimiento desesperado, se había lanzado sobre el cuerpo de su dueña para protegerlo, y había sido rescatada, por el maravilloso sentido del olfato de “Uno Blanco”, que nunca olvidó el olor de su madre al momento de nacer. La mascota de los Bomberos, fue galardonada con la medalla de Honor; Agustina sobrevivió, y recibió la visita en el Hospital, del héroe que la encontró. Al entrar la mascota de los Bomberos al cuarto del centro de salud, se acercó a la cama donde se encontraba Agustina, y tras montar las dos patas delanteras sobre en el borde del lecho, a Agustina le corrieron por el rostro dos lagrimas gruesas y alegres, tomó entre sus manos el rostro del perro, y tras darle un beso de cariño en la mancha negra de su cabeza, exclamó…gracias, gracias…”Uno blanco”, y gritó por primera vez en su vida…la palabra…te quiero….continuará.
TRES MESES DESPUES. Agustina, había sido siempre una mujer de muy bajos recursos, su subsistencia, consistía en una pequeña ayuda económica que le suministraba el menor de sus hijos, ya que el resto de sus siete, nunca se acordaron de la existencia de su madre; el hecho de haber estado abandonada por sus siete hijos restantes, y por su propio esposo al momento de parir el último, la convirtió desde aquel entonces en una persona resentida, de malos sentimientos, odiaba a sus semejantes, y lo demostraba con su actitud, cada vez que tenía oportunidad. La única compañía que tenia Agustina, era una perrita negra a quien llamaba tormenta, bautizada así por la viejita, porque era quizás, lo único que albergó cariño en su corazón de acero; esa noche, Agustina se encontraba muy preocupada; "Tormenta", desde el día anterior no probaba bocado, y se había echado debajo de la batea ubicada en el patio trasero, buscando la mayor comodidad posible para dar a luz a su camada de perritos, escondidos bajo un bulto enorme dentro de su barriga prensada; esa tarde temprano, Agustina contemplaba a Tormenta, acompañada de una taza de peltre llena de un café, colado ya tantas veces, que tan solo quedaba la piel de su antiguo sabor. Mientras sorbeteaba la piel del café, meditaba lo que sucedería cuando "Tormenta" finalizara de parir el fruto de su propio descuido, pues en su interior, reconocía que debió haber tenido mas cuidado con la perrita en sus días de celo, y pensaba ¿Cómo podía haber ocurrido?, si la mantenía encadenada en esos días especiales; lo que nunca imaginó, eran las habilidades saltarinas de un galán desconocido, en fin, no había nada mas que hacer, si no esperar a que los acontecimientos fuesen ocurriendo, y pensó – como venga saliendo, vamos viendo -, y permaneció sentada en su vieja mecedora frente a su querida "Tormenta". La temprana noche, había oscurecido muy rápidamente, del Este, golpeaba una fuerte brisa impregnada con un aroma de agua reciente, en el horizonte se dibujaban resplandores, que anunciaban relámpagos, y la certeza de que se avecinaba una fuerte tormenta, precisamente la noche en que “Tormenta”, había decidido traer al mundo a sus cachorros. Justamente a las 8 de la noche, y cuando “Tormenta” jadeaba y pujaba para traer al mundo al primer cachorrito, se desató un fuerte temporal acompañado por una lluvia fuerte, vientos, y granizos del tamaño de pelotas de ping-pong. El techo de Zinc del patio, protegía a Agustina y a “Tormenta”; cuando salió el primero de los 8 cachorritos, la perrita lo tomó delicadamente con sus mandíbulas, rompió con sus dientes la bolsa protectora que envolvía a su peludito, y tras comerse la placenta, procedió a limpiarlo cuidadosa y cariñosamente con su lengua; su rostro, reflejaba su orgullo materno, la cachorrita, tras la revisión de Agustina, era hermosa como su madre, envuelta en un pelaje negro brillante; después de tomarla por unos cuantos segundos entre sus manos, la colocó entre las patas de “Tormenta”, que ya anunciaba por sus desesperados movimientos de cabeza, la llegada del próximo de sus cachorritos. El proceso se repitió en siete ocasiones mas, todos los cachorros eran hembras, y todas tenían, el mismo pelaje negro brillante de su madre. Durante todo el proceso de parto de “Tormenta”, habían transcurrido tres horas; mientras tanto, la fuerte lluvia, no había descansado un instante, desde que había comenzado a parir “Tormenta” cinco horas atrás, las cachorras, se encontraban descansando sobre un saco, que había colocado Agustina para proteger a “Tormenta” de las inclemencias del frio húmedo almacenado en el piso de cemento rustico, que soportaba el peso del animalito; esta, continuaba lamiendo con su lengua a sus cachorritas, cuando intempestivamente, sintió que faltaba alguien mas, que aun luchaba por salir de su interior, comenzó nuevamente a pujar, tras salir, y comenzar nuevamente “Tormenta” el proceso de limpieza del cachorro olvidado, se dio cuenta Agustina, que era diferente al resto de sus hermanas; lo levantó con sus manos y se percató que era macho, el único de 8, y además, era completamente blanco, con la excepción, de una mancha negra en su cabecita, este hecho llamo la atención de Agustina, que lo bautizó con el nombre de “Uno blanco”.
Las 2 de la madrugada de ese sábado aun por amanecer, encontró a Agustina y a “Tormenta”, empapados por el sudor y la lluvia de una noche ardua e interminable; los vientos continuaban soplando cada vez mas fuerte, en esta ocasión provenían del Oeste; Agustina, en un descanso que le cedió el café, caminó al interior de la vieja casa de adobe, cruzó la destartalada sala, empujo con su rodilla aquejada de tiempo, un viejo banco que se interponía entre ella y la ventana que daba a la calle, con fuerza la entreabrió, notó que por la calle bajaba un enorme caudal de agua, teñida de muerte planificada, también observó que entre los vaivenes de las olas impuestas por la providencia, bajaban también arrastrados por sus furias, sacos de basura, latas, restos de perros, gatos, ratones y ratas, cajas y cajones, y todo tipo de despojos, de los que alguien hubiese podido deshacerse en un momento determinado, sin que nadie lo hubiese notado jamás; era el momento oportuno pensó , y su mal llamada conciencia, trato de justificar el pensamiento que pasaba por su demonio interior, hablaba consigo misma y se decía – ¡tengo que hacerlo!...si los dejo…¿Cómo los voy a mantener?...¡de chiripa como yo!...no se ocupan de mi, mis propios hijos…¡que va vale…los mando pál carrizo!-. Dando media vuelta, pasó por la cocina, tomo una bolsa vieja que tenia en un rincón y salió nuevamente al patio donde se encontraba “Tormenta” con sus cachorros, se agachó al frente de ella, y comenzó a colocar dentro de la bolsa plástica, cada uno de los cachorros, cuando había ya introducido a las siete hembras y se disponía a arrancarle de su regazo al único macho, Agustina observó que de los ojos de tormenta, brotaron dos lagrimas gruesas y tristes, que le suplicaban que no lo hiciera; Agustina, conmovida por el rostro de la perrita , le regresó lentamente a “Uno blanco”, al colocar al cachorrito en su regazo, esta le lamio la mano en señal de agradecimiento. Agustina, con el rostro lleno de rabia y resentimiento, tras la aplicación de un nudo fugaz a la bolsa de sus remordimientos, se levanto rápidamente, y se dirigió nuevamente a la puerta de su casa, abrió la puerta con esfuerzo, pues ya la madera se encontraba hinchada por los efectos del agua, tras el rechino, vio frente a si, la corriente violenta del río que pasaba frente a su casa, y sin pensarlo dos veces, lanzó la bolsa con las cachorros a su trágico destino; sin la mas mínima señal de arrepentimiento, volvió al lugar donde se encontraban “Tormenta” y “Uno blanco”, y se sentó a obsérvalos, Agustina, veía como “Tormenta” lo limpiaba con cariño y no se cansaba de lamerlo y acariciarlo, este hecho, despertó en la malvada Agustina, el peor de los pecados capitales…la envidia, que se iba convirtiendo rápidamente en ira, y tras levantarse abruptamente de la mecedora, apartó violentamente al cachorro de su madre, y tras mirarlo fijamente pensó…- con que fuiste tu…uno blanco…degenerado…el mal nacido que preño mi oscuridad, ¡te odio! - ; tomo violentamente al cachorro, abrió nuevamente la puerta de la calle, y lo lanzó con violencia a la corriente asesina.
A las cinco de la madrugada de ese mismo día, el despertador de gallina, despertaba a Andrés, joven de dieciséis años, un excelente estudiante cursante del quinto año de bachillerato en un liceo local.; Andrés, abrió sus ojos malhumorados, su sueño aun estaba intacto, había permanecido despierto hasta las 2 de la mañana estudiando, pues ese misma tarde, tenía que presentar prueba final de lapso de Biología. Desde el final del cuarto, escuchó una vez mas como todos los días la voz de su padre vociferándole, - ¡párate muchacho…ve calentando el motor del camión…es tarde!; el joven, además de estudiar, ayudaba a su padre en un reparto de leche. Al mismo tiempo, la voz de su madre, le recordaba que el café estaba recién coladito. Andrés se colocó bajo protesta interior, el viejo jean descolorido, una franela agotada de usos, y sus viejos tenis de marca; antes de salir de su cuarto, su madre le recordó a gritos, no olvidar el impermeable, pues continuaba lloviendo. Andrés salió presuroso, dio un mordisco rápido a una arepa humeante, acabada de salir del budare, rellena de queso rallao, tomó un sorbo de café, y le habló a su madre,- ¡ya vuelvo mama!...voy a prendé la carcacha., Andrés se colocó el poncho para protegerse de la lluvia, y corrió al camión; después de encenderlo, y cuando se disponía a regresar al interior para terminar la arepa y el café, se percató que de la entrada del garaje, provenía un débil quejido, semejante al de un polluelo perdido, pero notó que las pausas de los píos eran mucho mas largas, y pensó, que tal vez no se tratara de un polluelo. Sustrajo de su bolsillo trasero el celular, y tras encender la luz del mismo, se fue acercando lentamente, al lugar de donde provenía el tímido lamento, tras aproximarse rápidamente a la fuente de la congoja, se dio cuenta que provenía de sus pies, asustado, apuntó la luz hacia sus zapatos…y allí estaba, una hermosa bolita de pelos blancos empapados, se inclinó, y lo levantó con su mano derecha al ras de su cara, y tras contemplar su dulce rostro abriendo la boquita…exclamó,- ¡pobrecito!, ¿Quién lo habrá abandonado? , el muchacho salió corriendo agitado, entró nuevamente a la casa donde lo aguardaba su madre. Esperanza al contemplar la escena, tomó entre sus manos a la criatura, que había despertado en ella automáticamente, el cariño maternal que no recordaba desde el nacimiento de su hijo. Tras prometerle a Andrés su cuidado, Esperanza se encargo de salvarle la vida al cachorro, que por sus características especiales, fue bautizado por ella, con el mismo nombre que lo había echo horas atrás su asesina…”Uno blanco”.
“Uno blanco” tras su recuperación, se convirtió en la alegría de la familia Crespo, y en el amigo inseparable de Andrés; el joven había concluido sus estudios de bachillerato, y se disponía realizar el sueño de la infancia…convertirse en bombero. Tras ingresar, y después de finalizar su formación dentro de la institución, llegó el día de su graduación, y junto a “Uno blanco”, comenzó a formar parte del cuerpo de bomberos de su ciudad, simultáneamente a la graduación de Andrés, “Uno blanco”, fue nombrado “mascota oficial del cuerpo de bomberos de Chivacoa”.
La triste tarde que se avecinaba en la población, sería recordada por muchos años por venir. La malvada Agustina se sentaba, como de costumbre, recostada a la vieja pared de bloques de barro y paja, hablando mal de sus semejantes, conversaba con la única capaz de aguantar las historias de sus resentimientos por el abandono de sus hijos, de su vida frustrada, de sus maldades… conversaba con “Tormenta”, esta, ya mas vieja y adolorida. En sus recuerdos, aun se encontraban grabados sus ocho cachorros, y la imagen imborrable de la separación de “Uno blanco”. El sismo de esa tarde, en cuanto a intensidad, no fue muy fuerte, las noticias reportaron un movimiento telúrico en la zona Centro Occidental, de 5.6 grados en la escala de Ritcher, y no se reportaban victimas ni daños materiales de importancia, pero en la ciudad de Chivacoa, el cuerpo de Bomberos, había recibido una llamada por el derrumbamiento de varias casas en la localidad. Una unidad fue enviada inmediatamente al lugar, al llegar los bomberos incluyendo a “Uno blanco”, los vecinos y los rescatistas, no reportaban perdidas humanas entre los escombros, Agustina era tan malvada, que ni los propios vecinos se percataron de su ausencia, ya la habían dado por muerta muchos años atrás, cuando en mala hora, se le ocurrió contar la atrocidad cometida contra “Tormenta”y sus cachorros. Todos se disponían a montarse en la unidad, cuando de pronto, “Uno Blanco” comenzó a ladrar desesperadamente, saltó del vehículo, y se dirigió a la montaña de escombros de la antigua casa de Agustina, olfateaba desesperado, y rasgaba con sus uñas un lugar determinado, tras acercarse los rescatistas, comenzaron a remover los escombros que le indicaba "Uno blanco" con su hocico. Los efectivos, encontraron el cuerpo de “Tormenta”, y cuando se disponían a retirarlo, escucharon un tenue lamento bajo la perrita…era la vieja Agustina, que por cosas del destino, aun respiraba gracias a su fiel mascota, que en un movimiento desesperado, se había lanzado sobre el cuerpo de su dueña para protegerlo, y había sido rescatada, por el maravilloso sentido del olfato de “Uno Blanco”, que nunca olvidó el olor de su madre al momento de nacer. La mascota de los Bomberos, fue galardonada con la medalla de Honor; Agustina sobrevivió, y recibió la visita en el Hospital, del héroe que la encontró. Al entrar la mascota de los Bomberos al cuarto del centro de salud, se acercó a la cama donde se encontraba Agustina, y tras montar las dos patas delanteras sobre en el borde del lecho, a Agustina le corrieron por el rostro dos lagrimas gruesas y alegres, tomó entre sus manos el rostro del perro, y tras darle un beso de cariño en la mancha negra de su cabeza, exclamó…gracias, gracias…”Uno blanco”, y gritó por primera vez en su vida…la palabra…te quiero….continuará.
Caramba, no se ni que decir, Sin palabras hermano..............
ResponderEliminarImpacta. y bastante.