El Rostro de Dios.
Fallecí. Como todos al morir sentí la
paz, vi el túnel y la luz. Caminé hacia ella. Al llegar, me lancé. Quedé
envuelto en su remolino. Todo giraba a mi rededor, mientras permanecía
estático. No contemplé su rostro. Para hacerlo, debía llegar al fondo antes que
la luz. De pronto, paso a mi lado un Neutrino. Mis manos se aferraron a él. Nos
dejamos llevar. Tocamos el fondo antes que la luz. Abrí mis ojos. Allí estaba
su rostro. De tez canela y verdes ojos, y habló: Nunca te he abandonado. Bienvenido
al reino de Dios.
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