I
Aún quedaba la palabra, mal interpretada, a veces
macabra.
Como quedó en la historia, desde que tengo memoria.
Tallada en el Universo, con el hablar de otro tiempo.
Aún estaba tu voz, se respiraba tu amor flotando.
Y el balcón de
ladrillos rojos, permanecía llorando.
Cabellera de musgo rosa, que resbalaba mis pies.
Un pañuelo de encajes blancos, colgaba de tu pecera,
Y un pez de dos colores, viviendo de las quimeras.
Se olvidaron, se mataron, sin armisticio de guerras.
Aplastados por el dolor, tu sentimiento y el mío.
Sin dolientes ni creyentes, y cada quien en su nido.
¿Qué importa?...Ya le vimos el falso semblante.
De pálida cara, ojos hundidos, y sonrisa petulante.
Seguí el rastro de la vía, encontré la Luna que tanto
busqué.
De sesenta y siete, la de blanco cebra. Europa la
llamé.
La casa del árbol mordido, permaneció en su Luna.
Con ladrillos, aquellos de los musgos rosa,
Entrelazados con la hiedra,
Y vuelos de mariposas.
Con pañuelos de llanto y espuma.
Aún estaba la pecera, ya sin colores el pez.
Transparente, lleno de burbujas sin Tez.
Cabalgada por una trucha, con una mente de Nuez.
Hurtada del almacén de las ardillas.
Menguando de hambre a las brujas.
Ganamos la guerra, no hubo armisticio.
Y fuimos felices en Europa, en la vigésima.
Sobre el árbol de la Luna blanca que nunca se fue.
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