I
El mirar de tus
ojos asfixio al bandoneón,
Cerrando a la
voz suya puerta,
La que siempre estuvo
abierta.
Una de tablas de
madera, de la calle del faraón.
Marcada por la
cruz, de la sangre del cordero,
La salvación de
la peste, enmudeció al tercero.
Y tu cuerpo de
siempre hermosu, tentaba a la vil garra.
Callaban los gritos del envés, de la hoja de tu parra,
De decirle por siempre,
lo que de
siempre siento,
El mirar de tus
ojos sacudió mi cuerpo,
E imaginar tus
besos, aturdió mi mente.
Y se ocultaban mis dedos, enjaulados en dos palmas.
Para no tocar tu
herida miel, como heridas nuestras almas,
Y tentar por
siempre lo que nunca tiento.
Y respirar para siempre tu cálido aliento.
Por ti, puedo
morir al revés, si…desde dentro.
Descolorido,
desvestido, aburrido, sin amigos ni higos.
Perdido, confundido,
por dos hijas con cuatro ombligos.
Perfumado de
lavanda, talco y carnaval.
¿Por qué llegar
triste al inevitable final ?.
Si me esperas,
podemos morir despiertos.
¿Te acuerdas
cuando pensábamos como palomas?
Cuándo juntos volábamos
al nido destejido,
para volverlo a
tejer dormidos.
Sobre un colchón de
Blancos,
con coros de Alejandrinos.
En sonetos de
lujuria perdidos,
En un bosque inmortal
de blancas plumas.
¡Dilo! Arranca
la palabra de tu amor abisal,
Desde la vaga voz
ahogada de los tiempos.
Nunca fuimos
uno, aun somos dos cuerpos.
Toma las puntas
de mis alas, volemos por última vez.
Dormiremos despiertos
bajo un cielo abierto,
Aplaudiremos el
mismo concierto.
Para juntos morir
al revés.
Sobre tu verde envés.