El calor de esa tarde de lunes santo de 1952, se bañaba de espejismos adornados de vapores ondulantes que brotaban de la tierra, y una inexplicable sensación de nervios y miedo se respiraba en el enrarecido ambiente, fue la visión de Hermelinda Sánchez, tras bajar el escalón de la puerta de salida del Centro de Salud Dr. Tiburcio Garrido de la ciudad de Chivacoa, al cruzar la calle impregnada de polvo agrio; en ese día especial, mas temprano, Herme había pedido permiso a la jefa de enfermeras para salir antes de lo usual, pues celebraría esa tarde, el mas deseado de sus cumpleaños, minutos antes había culminado su labor diaria, entregándole a su suplente como auxiliar de enfermera, la tarea, de terminar de atender a los ocupantes de las 15 camas con las que disponía para la época, el neonato centro de salud ignaurado hacia solamente un año atrás. Esa tarde de lunes santo, tenia un triple significado para Hermelinda Sánchez, dentro de unas cuantas horas, celebraría su trigésimo octavo cumpleaños, también festejaría la suerte de tener un trabajo estable dentro de la Unidad Sanitaria, y además, su enamorado Apolonio Vergara, le había propuesto matrimonio después de mas de veinte años de incertidumbres, indecisiones, y borracheras cotidianas con cientos de amigos, pues aparentemente Apolonio, sintiendo ya la seguridad laboral de Hermelinda, había decidió tranquilizar su amarillento y golpeado hígado, y establecer finalmente una familia; en ese lunes en particular, Herme, había decidido ya darle el si definitivo a su galán cantinero; recordaba la emocionada protagonista, cuando esa mañana, antes de salir camino al hospital, había extraído de su viejo closet de cedro, una sabana de seda color turquesa que le había regalado su hermana Agripina para que la usara en esa noche especial, la noche en que se entregaría de manera formal a su adorado Apolonio; después de estirar delicadamente la sabana sobre el colchón, sustrajo de su mesa de noche una lavanda de Violetas que tenia también guardada para su primera noche oficial de amor; esparció las gotas perfumadas por toda la sabana, mientras tarareaba el último éxito de Los Panchos, tras culminar, tomó su bolso, y se dirigió sonriendo al centro de salud que se ubicaba justamente al frente de su casa.
Hermelinda, era una mulata de carácter jovial, de manos vestidas de caricias, que naturalmente usaba para expresar entre sus amigos, conocidos, y especialmente entre sus pacientes, el cariño que debe imprimir una enfermera, y que siempre, esa misma dulzura que transmitía con sus manos, le era devuelta con sonrisas y atenciones. Esa tarde temprana de lunes santo, la dama se dirigió presurosa a la casa de su amiga y vecina de toda la vida Esmeraldina Valladares, Dina, como la llamaba cariñosamente todo el que la conocía, residía, al igual que Hermelinda, en la misma calle frente al centro de salud, Dina vivía junto a su madre y su pequeño hijo de dos años y medio Antonio Valladares, conocido popularmente como Toñito, el niño era travieso como todos los de su edad, vivaz, de tez blanca, simpático y chicharachero, en el barrio todo el mundo lo quería y se divertía con sus ocurrencias, una de ellas, consistía, en que en cada ocasión que el niño veía una vela encendida, la relacionaba inmediatamente con la impresión que le había causado la celebración de sus dos primeros años de vida, hecho, que aunado a la fabricación de tortas de su madre, en cada ocasión que esta alumbraba una torta con una vela, el niño comenzaba a bailar alrededor de la misma, y a entonar una canción particular, que en los derredores de la vecindad ya se había echo popular, y decía mas ó menos así…” Cupetaaños jelís, te deseaamos..a mi, cupetaaño, cupetaaño, cupetaaños a mi, soplando posteriormente la luz dando saltos de alegría a su alrededor, en otras palabras, Toñito inocentemente, pensaba que todos los cumpleaños del mundo eran los de el. Dina era una hermosa mujer en sus tempranos treinta, de carácter vivaz y bullangero, que se dedicaba junto a su madre, a confeccionar tortas y pasapalos para cumpleaños, los cuales vendían a los habitantes del pueblo, y ya se habían convertido, por su calidad y sabor, en punto de referencia en cada ocasión que alguien tuviese pensado celebrar una fiestecita de cumpleaños.
Hermelinda, tocó ansiosa la puerta de Esmeraldina, y esperó nerviosa por varios segundos; cuando la puerta se quejo de dolor y finalmente abrió, el primero en saltar alegre a los brazos de Hermelinda fue Toñito, que no se cansaba de besarla y recordarle la canción - cupetaaño, cupetaaño…cupetaaño pá mi-,- si, si, si mi amor cupetaño pá ti -, replicó cariñosamente Hermelinda; en ese momento apareció en escena Esmeraldina, y tras saludarse cariñosamente con Hermelinda, le hizo saber que su tortica de cumpleaños estaba lista, que ella y su madre la habían preparado en forma muy especial y con mucho cariño, posteriormente, ambas caminaron a la cocina espaciosa y bonita que se encontraba al fondo de la casa, y tras saludar cariñosamente a la madre de Dina, contemplaron juntas la belleza creada; - ¿Qué le parece comáe?-pregunto Esmeraldina; Herme quedo conmocionada ante la creatividad manual de Esmeraldina, y exclamó con lagrimas en los ojos…-¡está reamente hermosa amiga del alma!-, en ese emotivo momento, irrumpió en la cocina Toñito, y tras comenzar a bailar alrededor de la mesa entortada, comenzó nuevamente a cantar…cupetaaño jelis, ambas mujeres se destornillaron de la risa, cruzaron los brazos sobre sus hombros, y mirando al angelito, cantaron en coro – Si Toñito…siiii, cupetaño pá mi -.
Ya en la puerta de salida, Herme le preguntó a Esmeraldina cuanto le debía, y Dina le contesto a la cumpleañera, que no le debía absolutamente nada, pues ese era su regalo de cumpleaños; Hermelinda, se quedó mirando la cara de Dina con lagrimas en los ojos, y después de un beso y un fuerte abrazo, se despidió contenta de Toñito y partió calle abajo, no sin antes recordarles que los esperaba a la 4 de la tarde; Herme, antes de llegar a su casa, le recordó a todos sus vecinos, que los esperaba a todos en la fiesta.
A las dos de la tarde, Hermelinda abrió la oxidada puerta de metal de su patio anterior, adornado de cayenas ansiosas y vicarias blancas, que imaginó la reina de la tarde, la aplaudían y reverenciaban al pasar; la dama, tras finalmente hacer el ultimo giro de la llave a la derecha, empujó con su rodilla izquierda la puerta principal de su casa, y al entrar, respiró profundamente el olor a lavanda que provenía de su dormitorio, ubicado a la derecha de su sala de estar; caminó rápidamente hacia el cuarto, tenia una cama espaciosa cubierta de un mosquitero azul, a cada lado de la misma, dos mesas de noche con dos lámparas de bronce, vestidas de terciopelo amarillo con guindas color purpura; al lado derecho de la cama, estaba ubicado un amplio baño cubierto de baldosas azules; al frente de la perfumada cama, se encontraba su amplio armario de cedro. Herme se apresuró al borde de la cama, colocó el bolso sobre la misma, y hurgó rápidamente en su interior, buscaba afanosamente algo, finalmente, su mano derecha hizo contacto con lo que anhelaba, y su rostro, junto a una exhalación de alivio, expresaron la tranquilidad; la hermosa dama sustrajo del bolso una vela blanca, y se apresuró a encenderla sobre un platillo de aluminio que había extraído segundos antes de la gaveta de su mesa de noche. Hermelinda, estaba cumpliendo la promesa de los lunes a las Animas, tradición que continuaba practicando desde que su bisabuela materna se la había enseñado 31 años atrás; hizo la oración, y como en numerosas ocasiones ocurre, omitió el apellido de la dedicación, y no se percató en ningún momento, que hay que especificar “benditas del purgatorio”, puesto que la generalización, incluye también al “Anima sola”…el espíritu de los infiernos. Dejó la vela encendida colocada sobre la mesa de noche contigua al baño, después, se despojó de sus atuendos sudados de ajetreos, y procedió a tomar un reparador baño con agua caliente, y a preparase para la que seria…la ultima celebración de su existencia.
A las tres de la tarde, Hermelinda Sánchez salió de su recamara perfectamente arreglada y perfumada para los hechos por ocurrir; vestía un hermoso vestido estampado color turquesa, agradablemente acompañado por una flor del mismo color, enganchada sobre una larga cabellera negra recogida sobre el lado izquierdo de su cara, minutos antes, había terminado de arreglar el patio trasero de su casa, lugar donde se celebraría la gran fiesta de su vida, todo estaba en orden, y tras un suspiro breve de satisfacción, se sentó en el sofá colocado al frente de la puerta de entrada, esperando la llegada de Dina con la torta y los pasapalos; Herme, no dejaba de contemplar ansiosa las vueltas del minutero del inmenso reloj ubicado en la pared a su izquierda, justamente a las tres y quince minutos, tres golpes secos en la madera de la puerta, anunciaron la llegada de la torta, de los pasapalos, de Esmeraldina, de su madre y de Toñito…la fiesta había comenzado de manera oficial. El niño de la cantarata, venia vestido con pantalón blanco corto, camisa blanca manga corta, medias blancas y zapatos y cinto negros, y llevaba como atuendo especial, una corbata de pajarita color rojo, que le había comprado su abuela Esmeralda para esa ocasión especial; su abuela y su madre, iban vestidas en forma sobria, tal vez abusando un poco de excesiva formalidad para un cumpleaños, o también quizás, presagiando instintivamente el trágico desenlace. Después de repartidos los besos, abrazos y demás formalidades de la ocasión, procedieron a llevar la torta y los pasapalos a un gran mesón ubicado en el centro del patio rodeado de sillas; en la parte final del mismo, estaban ubicadas una batea, una inmensa jaula llena de periquitos y otro baño grande a la izquierda de las plumas.; el niño, como todos imaginaran, no se separaba ni un solo instante de la torta de sus regocijos, y desde su elaboración, no había parado de cantar a su alrededor, la ya famosa canción…cupetaaño jélis, te deseamos a mi…y todo el mundo, posiblemente ya resignados, contestaban …¡siii Toñito, cupetaaños aaa mi!. Los invitados continuaban llegando con todo tipo de regalos, los cuales, iba colocando Hermelinda encima de la cama de su cuarto; A las 6.30 de la tarde, hizo su entrada el moderno Romeo ausente de balcones, llegó vestido con un liki- liki de impecable blanco, con un sombrero de guama negro y una vera terciá, al ver a su amada, sustrajo de su bolsillo izquierdo, una latica de chimo el tigre, y tras abrirla y recoger con su índice derecho una bola e introducírsela en la boca, le plasmo a Hermelinda un beso en la boca ante todos los invitados, dejando a la dama en un estado hipnótico, y despertando los aplausos de todos los invitados.
Alas 8 de la noche, la fiesta se encontraba en su momento cumbre de algarabía, en el patio se podían contar mas de cincuenta personas, la cola para ir al baño colocado al lado de los pericos era interminable, en ese momento, Dina que precisamente se encontraba en la cola para aliviar el exceso de fluidos en su vejiga provocados por la Zulia (popular cerveza venezolana), no aguantaba mas, y en un momento de desesperación, agarró a Toñito por la mano, y salió corriendo hacia el interior de la casa buscando a Herme, quien se encontraba en ese preciso momento en su dormitorio, buscando las treinta y ocho velas que tenia guardadas en su armario; cuando entró desesperada Esmeraldina, esta le rogó que le permitiera usar el baño, que no aguantaba mas, Herme accedió con una sonrisa, no sin antes recordarle que tuviese cuidado con la vela a las animas ubicada en la mesa de noche; Dina le respondió que no se preocupara, pues ella conocía las historias. Tras retirarse Hermelinda, Dina tomó al niño por el brazo y se introdujeron al baño; antes de entrar, el niño había observado la vela sobre la mesita de noche , y continuaba cantando invadido de afonía la famosa canción, cuando ya Esmeraldina estaba acabando de vaciar su atribulada vejiga, en un movimiento rápido y coordinado, Toñito salió corriendo del baño, y comenzó a saltar alrededor de la vela sobre la mesa de noche, y emocionado por esa luz en particular, comenzó a cantar nuevamente, y prácticamente sin voz…cupetaaño jélis, te deseamos a mi , cupetaaños, cupetaaños, cupetaaños a mi; en ese preciso momento, Esmeraldina miró al cielo, y exclamó ¡nooo por Dios!, y le gritó al niño…¡Toñiiito!…¡no vayas a soplá esa vaina!…, y escuchó entonces, el sonido que menos esperaba, el de un soplido fuerte y vaticinador, al imaginarse Dina lo que había sucedido, echó mano de su cartera y buscó afanosamente en su interior, al tocar su mano una cajetilla de fósforos, sustrajo los mismos junto a una caja arrugada de cigarros Lido, que fumaba esporádicamente cuando la aquejaban las depresiones, y entró nerviosamente al cuarto, efectivamente como lo supuso, la vela estaba apagada, y el niño saltaba alegremente alrededor del humo ondeante que aun danzaba lentamente por el ambiente, Dina, se sentó al borde de la cama frente a la vela apagada, alzó la vista y rezó un padre nuestro, se colocó en la boca un cigarrillo y procedió a encenderlo, y con la misma luz temblorosa del cerillo, dirigió su mano a la vela apagada, y la encendió nuevamente, al mismo tiempo que lo hacia, su boca dejaba escapar las palabras…perdón amiga. Lo que Dina desconocía, que lo correcto hubiese sido habérselo comunicado a Hermelinda, pues la solución en esos casos, es que, el único quien pudiese encenderla nuevamente, es el que hizo la promesa, esto lo desconocía Dina, quien salió nuevamente del cuarto con Toñito actuando normalmente como si nada hubiese sucedido.
El din-don del reloj de ese fatídico día señaló las 8 de la noche, todos estaban reunidos alrededor de la mesa en el patio trasero, en el centro de la mesa, la fabulosa torta de Esmeraldina, alrededor de la misma, y estratégicamente ubicados, se encontraban Hermelinda, Toñito, Esmeraldina, su madre y el resto de los invitados; un invitado, comenzó a rasgar las cuerdas de una vieja guitarra y comenzó a cantar – Ay que noche tan preciosa, es la noche de tu día, todos llenos de alegría en esta fecha natal…- , tras finalizar la pieza que servía de preámbulo a la canción tradicional del cumpleaños, todos se prepararon para cantarla, aclararon su gargantas y se dispusieron a cantar todos en coro – “CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESAMOS A TI, CUMPLEAÑOS, CUMPLEAÑOS, CUMPLEAÑOS FELIZ”- , justo al terminar la canción, Toñito se inclinó sobre la torta al mismo tiempo que la agasajada, y tras llenar sus cacheticos de aire y dispuesto a soplar la vela, la mano ágil de Esmeraldina tapó la boca del niño, momento en el cual, aprovechó Herme para soplar la vela, y pedir con los ojos cerrados su mas ardiente deseo…que esa noche se consumara su amor con Apolonio Vergara.
Exactamente a las 10 de la noche, la fiesta de los acontecimientos por venir llego a su fin, todos los invitados se fueron despidiendo de Hermelinda, los últimos en hacerlo esa noche de malos augurios, fueron quizás los principales protagonistas del drama; se despidieron Esmeralda, Esmeraldina, Toñito que ya sin voz, continuaba cantando el cupetaaño de los dolores, y el último en hacerlo e inesperadamente, fue Apolonio Vergara, pues Herme, deseaba ansiosamente que se quedara esa noche en su casa, ella se lo pidió, y el le contestó que pensaba continuar la pachanga en la cantina de su compadre Salón, Apolonio, se despidió de su amor con un beso sabor a chimó y salió trastabillante calle abajo a contar las hazañas donde su compadre. Eran pasadas las 10 y 30, Estupefacta cerró ambas puertas, se despojó de sus ropas, y contempló su cuerpo desnudo en el espejo del armario de cedro, se sonrió, entró nuevamente al baño, y refrescó su cuerpo con el agua tibia de la regadera, tras secarse levemente el exceso de agua que corría por su cuerpo, regresó nuevamente a la habitación, extrajo del armario la dormilona blanca y transparente que reservaba para la ocasión, y se deslizó suavemente a lo largo de la sabana, abrazó la almohada de plumas, y entre ensueños de amor, se quedó semidormida, esperando el regreso de la cantina de su amado; a las 11 y 45 de la noche Hermelinda se despertó asustada, encendió la vieja lámpara en su mesa de noche, miró el reloj despertador, faltaban diez para el martes, le sobrevino un espantoso escalofrió, su cuerpo sudaba sin control, sus manos temblaban, instintivamente, arrastró la manta con su mano derecha, y arropó su cuerpo encogido en posición fetal, sus ojos, podían ver la ventana ubicada frente a su cara, donde la luz de la luna, dejaba filtrar los rayos que iluminaban parcialmente toda la habitación, su mirada tensa, se había fijado en los cristales del ventanal, cuando a lo lejos, se comenzó a escuchar el trote lento de un caballo de paso, mientras mas se acercaba el paso del caballo, comenzaba también a escuchar unos rezos extraños, en ese momento, recordó las advertencias de su abuela, cuando le advirtió alguna vez, que cuando escuchara unos rezos por la calle, no se le ocurriera asomarse a la ventana, pues eran las Animas en procesión, desde la montaña de Sorte hasta la montaña de Cuara, y el que dirigía la misma, era el mismísimo Satanás sobre un corcel negro…- ¡no te asomes a la ventana!-, le recordó la viejita muchos años atrás. Hermelinda como una gata curiosa, no resistió la tentación de asomarse, y después de recorrer con su mirada la calle aparentemente vacía, sintió un frio helado que atravesó su pecho como una lanza, retrocedió lentamente , y dejo caer su cuerpo nuevamente sobre la cama bañada en sudor, los escalofríos aumentaron, sus dientes sonaban como castañuelas sin control, cuando de repente, escuchó un fuerte viento negro que soplaba en círculos sobre su casa; repentinamente, el estruendo de un golpe seco y pesado sobre el techo de su cuarto la hizo gritar de espanto; lo que quiera que haya sido que cayó sobre la vivienda, rasgaba con las uñas el techo de la casa de Hermelinda, e intentaba desesperadamente bajar, el sonido de los rasguños se ubicaban exactamente encima de la ventana del cuarto de Herme, los ojos de la mujer, se clavaron nuevamente al ventanal, cuando el espanto comenzó a bajar desde el techo gateando hacia la ventana de la desdichada mujer; La Bruja de Pozo Nuevo, se detuvo ante la ventana de Estupefacta, ambos rostros se contemplaron, los ojos rojos del espanto, atravesaron la mirada prácticamente sin vida de la pobre mujer, la boca de la bruja, dejaba caer una baba verdosa sobre los cristales de la ventana, su rostro era blanco con profundas ojeras negras, sus ojos rojos como el infierno, dientes largos y afilados, cuando de pronto, se dejó escuchar en el vecindario, el horripilante grito de la bruja de pozo nuevo. El corazón de Hermelinda, comenzaba su última carrera, la mujer asfixiada, aun tuvo fuerzas para salir de la casa, con pasos incoherentes, atravesó la calle de tierra que la separaba del centro de Salud, con las dos manos apretadas sobre su pecho, continuó caminando lentamente mientras gritaba – ¡me mueero, me mueero…ayúdenme!-, al llegar justamente a la puertas del Hospital, Hermelinda dejó de existir, y tras desplomarse su cuerpo a las puertas del centro, el silbido aterrador del Anima Sola, se dejó escuchar por el vecindario, los que lo escucharon esa madrugada, oraron por el alma de la victima y continuaron su sueño.
A la tres de la madrugada del martes 11, Apolonio Vergara, regresaba en brazos de amigos a la casa de su amada, varias de las personas que se encontraban en las afueras de la morgue del Tiburcio Garrido, se percataron de la presencia de Apolonio frente de la casa de Herme, y corrieron a comunicarle el fatídico deceso de su novia, este, visiblemente consternado por la noticia, se dirigió tambaleante a la morgue, y tras abrirse paso entre los curiosos, se paró ante el cuarto donde se encontraba Hermelinda, y pidió a los que permanecían en su parte interior, que salieran, pues quería permanecer unos minutos a solas con el cadáver de su ilusión, todos salieron, y el hombre permaneció inmóvil frente al cuerpo de su amada, sus pasos se acercaron lentamente al cuerpo, este, se encontraba cubierto por una sabana improvisada, manchada de desidias y pobrezas, Apolonio, dirigió las puntas de sus dos manos, hacia el borde de la sabana que ocultaba el rostro de su fallida esperanza, lentamente fue descubriendo el rostro de la mujer, este, tenia el color purpura profundo, típico de los infartos masivos, pero su boca, mantenía una leve sonrisa de satisfacción; Apolonio, acarició suavemente su mejilla, y cuando se disponía a plasmar sobre su frente el beso final de las despedidas, Hermelinda abrió sus ojos ensangrentados y le dijo a su enamorado, con una voz ronca y profunda del mas allá…¡veen conmigo mi amor!, en ese mismo instante, el corazón de Apolonio también dejó de latir, y se desplomó sobre el cadáver de Hermelinda, en ese justo momento, se escuchó nuevamente el silbido terrorífico del Anima sola; el incumplimiento de la promesa, esa noche se llevaba dos almas.
Un día después velaban en su casa a Hermelinda Sánchez, todos los vecinos y familiares asistieron al velorio, pero cuando hizo su entrada Esmeraldina con su hijo, ocurrió un hecho digno de resaltar, al entrar Toñito con su madre y ver el pequeño el ataúd rodeado de velas, se soltó del brazo de su madre, y comenzó a saltar alrededor del féretro cantando- cupetaaño jélis, te deseamos a mi-, en ese momento, Esmeraldina sacudió el brazo del niño, y le grito en alta voz - ¡Tooñito, esa no es una torta…es una urna, respeta!-, tras lo cual, tomo al chiquitín en sus brazos, y se sentó al lado de su madre, los presentes miraron sus rostros entre ellos, no quedándoles mas remedio que sonreír ante las interminables ocurrencias de Toñito.
A Hermelinda y Apolonio, se les ha visto caminar en Semana Santa, en los alrededores del Centro de Salud Tiburcio Garrido, especialmente besándose apasionadamente frente a las puertas de la morgue; si algún día visitan Chivacoa, y lo hacen precisamente en días santos, recuerden no mirar hacia el hospital, ni mucho menos a su morgue, pues pudieran recibir una sorpresa, e inclusive… un beso con sabor a Chimó.
Hermelinda, era una mulata de carácter jovial, de manos vestidas de caricias, que naturalmente usaba para expresar entre sus amigos, conocidos, y especialmente entre sus pacientes, el cariño que debe imprimir una enfermera, y que siempre, esa misma dulzura que transmitía con sus manos, le era devuelta con sonrisas y atenciones. Esa tarde temprana de lunes santo, la dama se dirigió presurosa a la casa de su amiga y vecina de toda la vida Esmeraldina Valladares, Dina, como la llamaba cariñosamente todo el que la conocía, residía, al igual que Hermelinda, en la misma calle frente al centro de salud, Dina vivía junto a su madre y su pequeño hijo de dos años y medio Antonio Valladares, conocido popularmente como Toñito, el niño era travieso como todos los de su edad, vivaz, de tez blanca, simpático y chicharachero, en el barrio todo el mundo lo quería y se divertía con sus ocurrencias, una de ellas, consistía, en que en cada ocasión que el niño veía una vela encendida, la relacionaba inmediatamente con la impresión que le había causado la celebración de sus dos primeros años de vida, hecho, que aunado a la fabricación de tortas de su madre, en cada ocasión que esta alumbraba una torta con una vela, el niño comenzaba a bailar alrededor de la misma, y a entonar una canción particular, que en los derredores de la vecindad ya se había echo popular, y decía mas ó menos así…” Cupetaaños jelís, te deseaamos..a mi, cupetaaño, cupetaaño, cupetaaños a mi, soplando posteriormente la luz dando saltos de alegría a su alrededor, en otras palabras, Toñito inocentemente, pensaba que todos los cumpleaños del mundo eran los de el. Dina era una hermosa mujer en sus tempranos treinta, de carácter vivaz y bullangero, que se dedicaba junto a su madre, a confeccionar tortas y pasapalos para cumpleaños, los cuales vendían a los habitantes del pueblo, y ya se habían convertido, por su calidad y sabor, en punto de referencia en cada ocasión que alguien tuviese pensado celebrar una fiestecita de cumpleaños.
Hermelinda, tocó ansiosa la puerta de Esmeraldina, y esperó nerviosa por varios segundos; cuando la puerta se quejo de dolor y finalmente abrió, el primero en saltar alegre a los brazos de Hermelinda fue Toñito, que no se cansaba de besarla y recordarle la canción - cupetaaño, cupetaaño…cupetaaño pá mi-,- si, si, si mi amor cupetaño pá ti -, replicó cariñosamente Hermelinda; en ese momento apareció en escena Esmeraldina, y tras saludarse cariñosamente con Hermelinda, le hizo saber que su tortica de cumpleaños estaba lista, que ella y su madre la habían preparado en forma muy especial y con mucho cariño, posteriormente, ambas caminaron a la cocina espaciosa y bonita que se encontraba al fondo de la casa, y tras saludar cariñosamente a la madre de Dina, contemplaron juntas la belleza creada; - ¿Qué le parece comáe?-pregunto Esmeraldina; Herme quedo conmocionada ante la creatividad manual de Esmeraldina, y exclamó con lagrimas en los ojos…-¡está reamente hermosa amiga del alma!-, en ese emotivo momento, irrumpió en la cocina Toñito, y tras comenzar a bailar alrededor de la mesa entortada, comenzó nuevamente a cantar…cupetaaño jelis, ambas mujeres se destornillaron de la risa, cruzaron los brazos sobre sus hombros, y mirando al angelito, cantaron en coro – Si Toñito…siiii, cupetaño pá mi -.
Ya en la puerta de salida, Herme le preguntó a Esmeraldina cuanto le debía, y Dina le contesto a la cumpleañera, que no le debía absolutamente nada, pues ese era su regalo de cumpleaños; Hermelinda, se quedó mirando la cara de Dina con lagrimas en los ojos, y después de un beso y un fuerte abrazo, se despidió contenta de Toñito y partió calle abajo, no sin antes recordarles que los esperaba a la 4 de la tarde; Herme, antes de llegar a su casa, le recordó a todos sus vecinos, que los esperaba a todos en la fiesta.
A las dos de la tarde, Hermelinda abrió la oxidada puerta de metal de su patio anterior, adornado de cayenas ansiosas y vicarias blancas, que imaginó la reina de la tarde, la aplaudían y reverenciaban al pasar; la dama, tras finalmente hacer el ultimo giro de la llave a la derecha, empujó con su rodilla izquierda la puerta principal de su casa, y al entrar, respiró profundamente el olor a lavanda que provenía de su dormitorio, ubicado a la derecha de su sala de estar; caminó rápidamente hacia el cuarto, tenia una cama espaciosa cubierta de un mosquitero azul, a cada lado de la misma, dos mesas de noche con dos lámparas de bronce, vestidas de terciopelo amarillo con guindas color purpura; al lado derecho de la cama, estaba ubicado un amplio baño cubierto de baldosas azules; al frente de la perfumada cama, se encontraba su amplio armario de cedro. Herme se apresuró al borde de la cama, colocó el bolso sobre la misma, y hurgó rápidamente en su interior, buscaba afanosamente algo, finalmente, su mano derecha hizo contacto con lo que anhelaba, y su rostro, junto a una exhalación de alivio, expresaron la tranquilidad; la hermosa dama sustrajo del bolso una vela blanca, y se apresuró a encenderla sobre un platillo de aluminio que había extraído segundos antes de la gaveta de su mesa de noche. Hermelinda, estaba cumpliendo la promesa de los lunes a las Animas, tradición que continuaba practicando desde que su bisabuela materna se la había enseñado 31 años atrás; hizo la oración, y como en numerosas ocasiones ocurre, omitió el apellido de la dedicación, y no se percató en ningún momento, que hay que especificar “benditas del purgatorio”, puesto que la generalización, incluye también al “Anima sola”…el espíritu de los infiernos. Dejó la vela encendida colocada sobre la mesa de noche contigua al baño, después, se despojó de sus atuendos sudados de ajetreos, y procedió a tomar un reparador baño con agua caliente, y a preparase para la que seria…la ultima celebración de su existencia.
A las tres de la tarde, Hermelinda Sánchez salió de su recamara perfectamente arreglada y perfumada para los hechos por ocurrir; vestía un hermoso vestido estampado color turquesa, agradablemente acompañado por una flor del mismo color, enganchada sobre una larga cabellera negra recogida sobre el lado izquierdo de su cara, minutos antes, había terminado de arreglar el patio trasero de su casa, lugar donde se celebraría la gran fiesta de su vida, todo estaba en orden, y tras un suspiro breve de satisfacción, se sentó en el sofá colocado al frente de la puerta de entrada, esperando la llegada de Dina con la torta y los pasapalos; Herme, no dejaba de contemplar ansiosa las vueltas del minutero del inmenso reloj ubicado en la pared a su izquierda, justamente a las tres y quince minutos, tres golpes secos en la madera de la puerta, anunciaron la llegada de la torta, de los pasapalos, de Esmeraldina, de su madre y de Toñito…la fiesta había comenzado de manera oficial. El niño de la cantarata, venia vestido con pantalón blanco corto, camisa blanca manga corta, medias blancas y zapatos y cinto negros, y llevaba como atuendo especial, una corbata de pajarita color rojo, que le había comprado su abuela Esmeralda para esa ocasión especial; su abuela y su madre, iban vestidas en forma sobria, tal vez abusando un poco de excesiva formalidad para un cumpleaños, o también quizás, presagiando instintivamente el trágico desenlace. Después de repartidos los besos, abrazos y demás formalidades de la ocasión, procedieron a llevar la torta y los pasapalos a un gran mesón ubicado en el centro del patio rodeado de sillas; en la parte final del mismo, estaban ubicadas una batea, una inmensa jaula llena de periquitos y otro baño grande a la izquierda de las plumas.; el niño, como todos imaginaran, no se separaba ni un solo instante de la torta de sus regocijos, y desde su elaboración, no había parado de cantar a su alrededor, la ya famosa canción…cupetaaño jélis, te deseamos a mi…y todo el mundo, posiblemente ya resignados, contestaban …¡siii Toñito, cupetaaños aaa mi!. Los invitados continuaban llegando con todo tipo de regalos, los cuales, iba colocando Hermelinda encima de la cama de su cuarto; A las 6.30 de la tarde, hizo su entrada el moderno Romeo ausente de balcones, llegó vestido con un liki- liki de impecable blanco, con un sombrero de guama negro y una vera terciá, al ver a su amada, sustrajo de su bolsillo izquierdo, una latica de chimo el tigre, y tras abrirla y recoger con su índice derecho una bola e introducírsela en la boca, le plasmo a Hermelinda un beso en la boca ante todos los invitados, dejando a la dama en un estado hipnótico, y despertando los aplausos de todos los invitados.
Alas 8 de la noche, la fiesta se encontraba en su momento cumbre de algarabía, en el patio se podían contar mas de cincuenta personas, la cola para ir al baño colocado al lado de los pericos era interminable, en ese momento, Dina que precisamente se encontraba en la cola para aliviar el exceso de fluidos en su vejiga provocados por la Zulia (popular cerveza venezolana), no aguantaba mas, y en un momento de desesperación, agarró a Toñito por la mano, y salió corriendo hacia el interior de la casa buscando a Herme, quien se encontraba en ese preciso momento en su dormitorio, buscando las treinta y ocho velas que tenia guardadas en su armario; cuando entró desesperada Esmeraldina, esta le rogó que le permitiera usar el baño, que no aguantaba mas, Herme accedió con una sonrisa, no sin antes recordarle que tuviese cuidado con la vela a las animas ubicada en la mesa de noche; Dina le respondió que no se preocupara, pues ella conocía las historias. Tras retirarse Hermelinda, Dina tomó al niño por el brazo y se introdujeron al baño; antes de entrar, el niño había observado la vela sobre la mesita de noche , y continuaba cantando invadido de afonía la famosa canción, cuando ya Esmeraldina estaba acabando de vaciar su atribulada vejiga, en un movimiento rápido y coordinado, Toñito salió corriendo del baño, y comenzó a saltar alrededor de la vela sobre la mesa de noche, y emocionado por esa luz en particular, comenzó a cantar nuevamente, y prácticamente sin voz…cupetaaño jélis, te deseamos a mi , cupetaaños, cupetaaños, cupetaaños a mi; en ese preciso momento, Esmeraldina miró al cielo, y exclamó ¡nooo por Dios!, y le gritó al niño…¡Toñiiito!…¡no vayas a soplá esa vaina!…, y escuchó entonces, el sonido que menos esperaba, el de un soplido fuerte y vaticinador, al imaginarse Dina lo que había sucedido, echó mano de su cartera y buscó afanosamente en su interior, al tocar su mano una cajetilla de fósforos, sustrajo los mismos junto a una caja arrugada de cigarros Lido, que fumaba esporádicamente cuando la aquejaban las depresiones, y entró nerviosamente al cuarto, efectivamente como lo supuso, la vela estaba apagada, y el niño saltaba alegremente alrededor del humo ondeante que aun danzaba lentamente por el ambiente, Dina, se sentó al borde de la cama frente a la vela apagada, alzó la vista y rezó un padre nuestro, se colocó en la boca un cigarrillo y procedió a encenderlo, y con la misma luz temblorosa del cerillo, dirigió su mano a la vela apagada, y la encendió nuevamente, al mismo tiempo que lo hacia, su boca dejaba escapar las palabras…perdón amiga. Lo que Dina desconocía, que lo correcto hubiese sido habérselo comunicado a Hermelinda, pues la solución en esos casos, es que, el único quien pudiese encenderla nuevamente, es el que hizo la promesa, esto lo desconocía Dina, quien salió nuevamente del cuarto con Toñito actuando normalmente como si nada hubiese sucedido.
El din-don del reloj de ese fatídico día señaló las 8 de la noche, todos estaban reunidos alrededor de la mesa en el patio trasero, en el centro de la mesa, la fabulosa torta de Esmeraldina, alrededor de la misma, y estratégicamente ubicados, se encontraban Hermelinda, Toñito, Esmeraldina, su madre y el resto de los invitados; un invitado, comenzó a rasgar las cuerdas de una vieja guitarra y comenzó a cantar – Ay que noche tan preciosa, es la noche de tu día, todos llenos de alegría en esta fecha natal…- , tras finalizar la pieza que servía de preámbulo a la canción tradicional del cumpleaños, todos se prepararon para cantarla, aclararon su gargantas y se dispusieron a cantar todos en coro – “CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESAMOS A TI, CUMPLEAÑOS, CUMPLEAÑOS, CUMPLEAÑOS FELIZ”- , justo al terminar la canción, Toñito se inclinó sobre la torta al mismo tiempo que la agasajada, y tras llenar sus cacheticos de aire y dispuesto a soplar la vela, la mano ágil de Esmeraldina tapó la boca del niño, momento en el cual, aprovechó Herme para soplar la vela, y pedir con los ojos cerrados su mas ardiente deseo…que esa noche se consumara su amor con Apolonio Vergara.
Exactamente a las 10 de la noche, la fiesta de los acontecimientos por venir llego a su fin, todos los invitados se fueron despidiendo de Hermelinda, los últimos en hacerlo esa noche de malos augurios, fueron quizás los principales protagonistas del drama; se despidieron Esmeralda, Esmeraldina, Toñito que ya sin voz, continuaba cantando el cupetaaño de los dolores, y el último en hacerlo e inesperadamente, fue Apolonio Vergara, pues Herme, deseaba ansiosamente que se quedara esa noche en su casa, ella se lo pidió, y el le contestó que pensaba continuar la pachanga en la cantina de su compadre Salón, Apolonio, se despidió de su amor con un beso sabor a chimó y salió trastabillante calle abajo a contar las hazañas donde su compadre. Eran pasadas las 10 y 30, Estupefacta cerró ambas puertas, se despojó de sus ropas, y contempló su cuerpo desnudo en el espejo del armario de cedro, se sonrió, entró nuevamente al baño, y refrescó su cuerpo con el agua tibia de la regadera, tras secarse levemente el exceso de agua que corría por su cuerpo, regresó nuevamente a la habitación, extrajo del armario la dormilona blanca y transparente que reservaba para la ocasión, y se deslizó suavemente a lo largo de la sabana, abrazó la almohada de plumas, y entre ensueños de amor, se quedó semidormida, esperando el regreso de la cantina de su amado; a las 11 y 45 de la noche Hermelinda se despertó asustada, encendió la vieja lámpara en su mesa de noche, miró el reloj despertador, faltaban diez para el martes, le sobrevino un espantoso escalofrió, su cuerpo sudaba sin control, sus manos temblaban, instintivamente, arrastró la manta con su mano derecha, y arropó su cuerpo encogido en posición fetal, sus ojos, podían ver la ventana ubicada frente a su cara, donde la luz de la luna, dejaba filtrar los rayos que iluminaban parcialmente toda la habitación, su mirada tensa, se había fijado en los cristales del ventanal, cuando a lo lejos, se comenzó a escuchar el trote lento de un caballo de paso, mientras mas se acercaba el paso del caballo, comenzaba también a escuchar unos rezos extraños, en ese momento, recordó las advertencias de su abuela, cuando le advirtió alguna vez, que cuando escuchara unos rezos por la calle, no se le ocurriera asomarse a la ventana, pues eran las Animas en procesión, desde la montaña de Sorte hasta la montaña de Cuara, y el que dirigía la misma, era el mismísimo Satanás sobre un corcel negro…- ¡no te asomes a la ventana!-, le recordó la viejita muchos años atrás. Hermelinda como una gata curiosa, no resistió la tentación de asomarse, y después de recorrer con su mirada la calle aparentemente vacía, sintió un frio helado que atravesó su pecho como una lanza, retrocedió lentamente , y dejo caer su cuerpo nuevamente sobre la cama bañada en sudor, los escalofríos aumentaron, sus dientes sonaban como castañuelas sin control, cuando de repente, escuchó un fuerte viento negro que soplaba en círculos sobre su casa; repentinamente, el estruendo de un golpe seco y pesado sobre el techo de su cuarto la hizo gritar de espanto; lo que quiera que haya sido que cayó sobre la vivienda, rasgaba con las uñas el techo de la casa de Hermelinda, e intentaba desesperadamente bajar, el sonido de los rasguños se ubicaban exactamente encima de la ventana del cuarto de Herme, los ojos de la mujer, se clavaron nuevamente al ventanal, cuando el espanto comenzó a bajar desde el techo gateando hacia la ventana de la desdichada mujer; La Bruja de Pozo Nuevo, se detuvo ante la ventana de Estupefacta, ambos rostros se contemplaron, los ojos rojos del espanto, atravesaron la mirada prácticamente sin vida de la pobre mujer, la boca de la bruja, dejaba caer una baba verdosa sobre los cristales de la ventana, su rostro era blanco con profundas ojeras negras, sus ojos rojos como el infierno, dientes largos y afilados, cuando de pronto, se dejó escuchar en el vecindario, el horripilante grito de la bruja de pozo nuevo. El corazón de Hermelinda, comenzaba su última carrera, la mujer asfixiada, aun tuvo fuerzas para salir de la casa, con pasos incoherentes, atravesó la calle de tierra que la separaba del centro de Salud, con las dos manos apretadas sobre su pecho, continuó caminando lentamente mientras gritaba – ¡me mueero, me mueero…ayúdenme!-, al llegar justamente a la puertas del Hospital, Hermelinda dejó de existir, y tras desplomarse su cuerpo a las puertas del centro, el silbido aterrador del Anima Sola, se dejó escuchar por el vecindario, los que lo escucharon esa madrugada, oraron por el alma de la victima y continuaron su sueño.
A la tres de la madrugada del martes 11, Apolonio Vergara, regresaba en brazos de amigos a la casa de su amada, varias de las personas que se encontraban en las afueras de la morgue del Tiburcio Garrido, se percataron de la presencia de Apolonio frente de la casa de Herme, y corrieron a comunicarle el fatídico deceso de su novia, este, visiblemente consternado por la noticia, se dirigió tambaleante a la morgue, y tras abrirse paso entre los curiosos, se paró ante el cuarto donde se encontraba Hermelinda, y pidió a los que permanecían en su parte interior, que salieran, pues quería permanecer unos minutos a solas con el cadáver de su ilusión, todos salieron, y el hombre permaneció inmóvil frente al cuerpo de su amada, sus pasos se acercaron lentamente al cuerpo, este, se encontraba cubierto por una sabana improvisada, manchada de desidias y pobrezas, Apolonio, dirigió las puntas de sus dos manos, hacia el borde de la sabana que ocultaba el rostro de su fallida esperanza, lentamente fue descubriendo el rostro de la mujer, este, tenia el color purpura profundo, típico de los infartos masivos, pero su boca, mantenía una leve sonrisa de satisfacción; Apolonio, acarició suavemente su mejilla, y cuando se disponía a plasmar sobre su frente el beso final de las despedidas, Hermelinda abrió sus ojos ensangrentados y le dijo a su enamorado, con una voz ronca y profunda del mas allá…¡veen conmigo mi amor!, en ese mismo instante, el corazón de Apolonio también dejó de latir, y se desplomó sobre el cadáver de Hermelinda, en ese justo momento, se escuchó nuevamente el silbido terrorífico del Anima sola; el incumplimiento de la promesa, esa noche se llevaba dos almas.
Un día después velaban en su casa a Hermelinda Sánchez, todos los vecinos y familiares asistieron al velorio, pero cuando hizo su entrada Esmeraldina con su hijo, ocurrió un hecho digno de resaltar, al entrar Toñito con su madre y ver el pequeño el ataúd rodeado de velas, se soltó del brazo de su madre, y comenzó a saltar alrededor del féretro cantando- cupetaaño jélis, te deseamos a mi-, en ese momento, Esmeraldina sacudió el brazo del niño, y le grito en alta voz - ¡Tooñito, esa no es una torta…es una urna, respeta!-, tras lo cual, tomo al chiquitín en sus brazos, y se sentó al lado de su madre, los presentes miraron sus rostros entre ellos, no quedándoles mas remedio que sonreír ante las interminables ocurrencias de Toñito.
A Hermelinda y Apolonio, se les ha visto caminar en Semana Santa, en los alrededores del Centro de Salud Tiburcio Garrido, especialmente besándose apasionadamente frente a las puertas de la morgue; si algún día visitan Chivacoa, y lo hacen precisamente en días santos, recuerden no mirar hacia el hospital, ni mucho menos a su morgue, pues pudieran recibir una sorpresa, e inclusive… un beso con sabor a Chimó.
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