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lunes, 7 de septiembre de 2015

PENSAMIENTO.


La mayor desvergüenza de un mal llamado benefactor es, obsequiar regalos, a expensas del propio peculio de los beneficiados.

THOUGHT.



The mayor shamelessness from a misnamed benefactor is, give gifts, at the expense of the own beneficiaries’ peculium.

martes, 1 de septiembre de 2015

La Gata negra y Alfonsino el Estornino.


Gabriela Galetti, era una distinguida dama que vivía en las afueras de un pequeño pueblo de la costa atlántica Argentina. El traspatio de su casa, colindaba, con un hermoso bosque de cedros obesos de la tercera edad. Doña Gabriela a sus 47 años, se mantenía en una soltería crónica, producto de desengaños amorosos, especialmente el último, ocurrido el año próximo pasado, cuando un mercante Ingles, la embaucó en un engañoso marasmo, y tras manipularla a su antojo, una mañana de un Marzo gris, vio su barco perderse en el horizonte encrespado de púrpuras olas,  abandonándola  para siempre. Después de capear el despecho de los primeros meses de la tortura de los recuerdos, prometió a si misma, no enamorarse jamás, y a desconfiar, por el resto de su vida, de las verdades de los hombres.
Doña Galetti, se desempeñaba como Bibliotecaria en su pueblo natal. Cargo que había desempeñado por los últimos 30 años. Era de huesos largos y afilados. Su cara sufría de una hermosa redondez, adornada siempre por una sonrisa hospitalaria, que reflejaba la bondad que habitaba en su corazón. Era amante de los animales, y desde hacía tres años, había arrebatado de la calle. A una hermosa gata Angóra negra y felpuda, a quien bautizó con el nombre de Franchesca, y a quien convirtió desde entonces, en su compañera inseparable. Una de sus diarias rutinas, consistía, en dirigirse al bosque con Franchesca, y tras recostarse bajo la sombra de un viejo cedro. Acostaba sobre sus piernas a su hermosa gata negra, al mismo tiempo, que con su mano izquierda, sostenía un libro de poemas, y con la derecha, acariciaba a Franchesca, y le cantaba con una voz dulce y melodiosa…”Te quiero, te quiero…mi linda bolita de pelo”.
En la parte alta del tronco del árbol, en un espacioso agujero. Tenia su residencia Alfonsino el Estornino, quien veía y escuchaba todos los días, las rutinas sonoras, de Gabriela y Franchesca. Alfonsino, de tanto escucharla, aprendió a la perfección, y con la voz exacta de la dama, la canción que le cantaba Gabriela a su gata. La similitud de la voz era tal, que cuando Alfonsino los revoloteaba, para fastidiar a Franchesca, y manchar con sus desahucios la falda plisada de Gabriela. Se sorprendían al no saber con certeza quien era quien cantaba, si ella, o el pájaro negro travieso. A tal grado llegó su vínculo de amistad, que se atrevían a cantar a dúo. Acción que molestaba a la gata, que muerta de celos, le lanzaba zarpazos al Pavaroti alado, cada vez que volaba sobre su cabeza, y se imaginaba atraparlo un día, para masticarlo lentamente y sin prisas.
Llegó el verano. El pico de Alfonsino, se había tornado ya de amarillo brillante. Esto indicaba que tenía que empezar a realizar los preparativos para la nueva temporada de apareamiento. Durante todo el día transportaba ramitas, yesca y todo tipo de adornitos, que hicieran más llamativo, el hogar y la comodidad del nido, de la que sería la madre de los próximos habitantes de cinco huevos azules. Mientras esto ocurría día tras día, seguía escuchando…”te quiero, te quiero…mi linda bola de pelo”.
El trabajo de preparación del nido, había concluido satisfactoriamente. Alfonsino, se colocó estratégicamente, sobre la rama de un árbol vecino, a realizar las morisquetas típicas para conquistar a una hermosa Estornina. Cantaba, bailaba, saltaba, e imitaba toda clase de sonidos, que había aprendido de la naturaleza desde su infancia. De repente, sucedió algo extraño que cambiaría su destino.  
Atraída por los escándalos de Alfonsino, se posó muy cerca de la entrada de la tentación, una hermosa Estornina de nombre Lucrecia. Su plumaje destellaba colores con el reflejo del sol…hermosa. Tras pensarlo brevemente, y al observar la belleza interior del nido, entró cantando y bailando a su nuevo hogar. Al mismo tiempo, y antes de hacer su entrada triunfal, Alfonsino decidió esperar unos minutos más. Para su sorpresa mientras esperaba, observó como también entraba al nido, otra majestuosa belleza de nombre Trapecia. Alfonsino permaneció inmóvil, imaginando la trifulca que se armaría en el interior de su casa disputándose su amor. Pasaron largos minutos, y nada sucedía. En el interior de la casa de los huevos azules, Lucrecia y Trapecia permanecían mirándose fijamente a los ojos, maquinando su estrategia de pelea. Al final, no hubo enfrentamiento, y decidieron ambas, apropiarse del nido de Alfonsino. De mutuo acuerdo, decidieron dejar la  postura de huevos azules para siempre, y retirarse a una vida cómoda sin más responsabilidades ovíparas. Lucrecia y Trapecia, planificaron la estrategia a seguir para desalojar a Alfonsino.
El Estornino pajarero finalmente decidió hacer su entrada triunfal a su nido de amor. Al cruzar el umbral de su cueva de amor, sintió el primer picotazo mortífero en el nacimiento de su ala derecha, después en el nacimiento de la izquierda. El afilado pico de Lucrecia se enterró en su cabeza, y el de Lucrecia, vaciaba su ojo izquierdo. El cuerpo de Alfonsino sangraba profusamente, y entre ambas Estorninas, empujaban hacia la entrada de la cueva del cedro a Alfonsino. El otrora galán pajarero sintió desplomarse al vacío, y mientras caía, pensó…”nunca más volveré a creer en las verdades de una pajarraca”. Su cuerpo, ya prácticamente sin vida, golpeó la hierba húmeda que rodeaba al viejo cedro. La gata Franchesca, quien se encontraba a pocos metros de lo acontecido, corrió hacia Alfonsino para vengarse de todas las burlas y maltratos sufridos a manos del pajarraco engreído. Lo saboreó entre sus fauces mentalmente, y cuando se disponía a enterrarle los hambrientos caninos, una lágrima brotó del ojo derecho de Alfonsino, y se escuchó desde su pico, una voz peculiar y temblorosa que cantaba…”te quiero, te quiero…mi hermosa bola de pelo”. La gata negra no tuvo el valor para liquidarlo, y partió corriendo con Alfonsino en la boca, hacia donde se encontraba la Sra. Galetti leyendo poemas de Neruda. La gata negra, depositó el cuerpo sangrante del Estornino sobre las piernas de su dueña. Esta, al ver la dramática escena, tomó entre sus manos al pajarito herido, y corrió a la casa del Dr. Eucalipto Madrigal, su veterinario y amigo de la infancia. Al escuchar los golpes nerviosos en la puerta de su casa, el Dr. Madrigal se apresuró a abrir, y tras ver la puesta en escena, y las súplicas de Galetti, tomó en sus manos al Estornino herido, y se dirigió a su consultorio ubicado en la parte trasera de su casa. - ¡Sálvelo! ¡sálvelo! – gritaba La Bibliotecaria. El Dr. Le respondió – Querida amiga, sabes que haré todo lo que esté a mi alcance, pero la condición es muy delicada. Vuelve a casa. Cualquier novedad en su estado, te la comunicaré enseguida – Y cerró la puerta del consultorio.
Eran las tres de la tarde en la biblioteca de la localidad. Todos los presentes se agolpaban rodeando el teléfono, hasta entonces mudo de la institución. Esperando un ansiado timbre, que les diera una esperanza, o una resignación definitiva, sobre el estado de Alfonsino. En el transcurso del día, la Sra. Galetti, se había encargado de divulgar  con lujo de detalles por todo el pueblo, la triste historia del estornino traicionado. Alfonsino el cantor, era ya, un personaje famoso en el lejano poblado. A las 3. 30 de esa angustiosa tarde, y cuando ya Gabriela se disponía a cerrar, el sonido del teléfono, hizo trizas el silencio virginal y monótono de esa angustiosa tarde. Gabriela levantó el auricular, y solo dijo - ¡Si ¡ - hubo un silencio de varios segundos, cuando del otro lado de la línea, se escuchó la voz parsimoniosa y grave del Dr., madrigal – Mi amor, logré salvar a tu pajarraco. Deberá permanecer en mi consultorio unos cuantos días – Contestando Gabriela - Gracias a Dios…gracias Eucalipto, no sé cómo pagarte – Respondiendo el Dr. – conozco la forma Gabriela. - ¿Cuál?-. Respondió ella. – Dándome el sí que nunca me diste mi flaca bella -.- ¡no gracias pedazo de idiota! – colgando el teléfono y dando todos un salto de alegría.
Después de cerrar la biblioteca. Doña Galetti salió corriendo a comprar una hermosa jaula para Alfonsino. Pues había leído en numerosas ocasiones, que estos pajaritos, ya habían sido domesticados por famosos como Bach y Shakespeare por su habilidades sonoras, y la capacidad de reproducir con exactitud, los sonidos que escucha. Recordó haber leído, que el Estornino del autor de Romeo y Julieta. Le recitaba a su dueño sonetos de su autoría. Todos esos recuerdos de sus lecturas, la animaban más y más, a cumplir su próximo y definitivo propósito…”domesticar, y brindarle un hogar definitivo, a su querido Alfonsino”.
Gabriela se adentró apurada a la calle comercial del pueblo, y tras buscar intensamente, logró encontrar una hermosa jaula de Bronce, que se convertiría, en el nuevo y definitivo hogar de Alfonsino el Estornino.
Tres días después de la tragedia. El Dr. Madrigal llamó nuevamente a Gabriela, para que recogiera a Alfonsino. “El estornino tuerto” está listo…como lo llamó el Dr. Madrigal, al devolverlo a Gabriela envuelto en una colchita tibia   color naranja.
Pasaron los meses. Alfonsino, Franchesca y Gabriela. Se habían convertido en un trio inseparable. Alfonsino, cantando y recitando poemas con la voz melodiosa de Gabriela. Franchesca como siempre, lanzándole zarpazos a la jaula del Estornino, y Gabriela, leyendo embelesada la obra de turno.
Dos años después…
Esa tarde de marzo gris. Gabriela se sentó en la mecedora. Colgó la jaula de Alfonsino en la pared, y procedió a leer unos poemas de Baquero. Alfonsino recitaba poemas de Lorca y cantabá viejos tangos de Gardel. Al mismo tiempo Franchesca, saltaba y saltaba, tratando de alcanzar al pájaro desesperante. De pronto, Alfonsino cantó con una voz masculina familiar para Gabriela…”Franchesca, Franchesca…estúpida bola de pelo”. El corazón de Gabriela, saltaba como palomitas de maíz. Cerró sus ojos. Respiró profundo…era la voz del mercante Inglés. Su mirada se clavó en el ojo derecho de Alfonsino…y sonrió. FIN.